domingo, 27 de noviembre de 2016





UNA CUESTIÓN DE TIEMPO


La cita era a las 12:00. Volvió a mirar el reloj de nuevo, las 10:05, solo habían pasado cinco minutos desde la última vez. El sol no calentaba aún lo suficiente para templar la mañana y ella se notaba el cuerpo cortado, tiritaba y sentía escalofríos. Entró en una cafetería justo en frente del edificio donde estaban citados. El ambiente estaba cargado. Era la hora del desayuno y decenas de hombres y mujeres se arremolinaban en la barra reclamando su café. Sintió una secreta envidia de aquellas personas. Parecían profesionales, seres felices, cuya única preocupación en ese momento era que la tostada no estuviera quemada, ni el café frío. Se preguntaba qué le dirían al camarero si así fuera. No los veía tirando la tostada al suelo con desprecio. Los hombres parecían educados. Las mujeres relajadas, maquilladas y bien vestidas. Charlaban unos con otros, de igual a igual, compañeros de trabajo seguramente. Ella no había hablado con un hombre de aquella manera desde sus años de instituto, con naturalidad, sin sentir miedo. Tampoco es que hubiera trabajado nunca fuera de casa. 

Se sentó junto a la ventana. Seguían los tiritones aunque sentía arder su rostro. Vergüenza o rabia. Finalmente se quitó el abrigo y las gafas de sol. Su aspecto no era como el de aquellas personas. La sombra de sus ojos no era maquillaje, ni el rubor, y los moratones asomaban por encima de su jersey de cuello vuelto. 

Llamó al camarero que se presentó con una sonrisa a la que ella no correspondió. Pidió un café y una copa de anís. Necesitaba valor para no echarse atrás y aclarar su garganta para que se oyera bien todo lo que tenía que decir. Las 10:20. El alboroto alrededor de la barra continuaba. Le mareaba todo aquel bullicio. No estaba acostumbrada a tanta gente alrededor. Sobre todo desconocidos. Dos señoras mayores, sentadas frente a ella, la miraban y cuchicheaban. Una de ellas la miraba con ojos lastimosos, como si sintiera compasión por ella. Los ancianos siempre tienen los ojos llorosos. Se preguntaba cómo serían los suyos con esa edad. A sus veinticinco  años siempre los tenía así. Aunque no llorara. 

El camarero depositó la bandeja sobre su mesa. Canturreaba sin parar. Era simpático, parecía buena persona, quería agradar simplemente, sin más. Se acordó del día que conoció a Pedro. También le gustaba cantar, también era simpático y aparentaba ser buena persona. No esperaba el cambio tras la boda. Sobre todo si aún eres joven y confiada y además no conoces mucho mundo. Pedro la conquistó en dos tardes. A la tercera cita ya eran uña y carne. Él era la uña, ella era la carne. Crecía alrededor de ella, envolviéndola para, según él, protegerla. Ella cada vez más escondida, más invisible, más vulnerable... pero enamorada y ciega.

Las 10:40. Miró su móvil. Ocho llamadas perdidas. Quince mensajes. Todos de Pedro. Todos con una sola palabra: PERDÓNAME, en mayúsculas, y corazones y flores y caritas sonrientes. Sintió asco. Cada vez que sonaba el teléfono ella tiritaba. Escalofríos. Sudores. 

Miró alrededor y vio una cara conocida. Era Sofia, una amiga de la escuela a la que no veía desde hacía años. Levantó el brazo para llamar su atención arrepintiéndose de inmediato. Pero no la vio. Mejor así, pensó, no tenía ganas de mentir sobre su vida. De admitir que no era la jovencita que se iba a comer el mundo. La romántica que soñaba con el amor. 

Volvió la vista hacia la ventana para mirar la calle y vio a su abogada entrando en el edificio. La admiraba. Era una mujer independiente, trabajadora y libre. Cualidades que ella no poseía. O no creía poseer. Él le repetía continuamente  que no valía para nada, que era una inútil. Lo peor es que acabó creyéndole. Soñaba con que algún día pasearía por la calle sin mirar el reloj, sin preocupaciones, sin pensar que algo, o alguien, pudiera estar torcido. 

Eran ya las 11:10. Llamó a su abogada para comunicarle que estaba allí, en la cafetería de enfrente. ¿Un café?. Aceptó y volvió a salir del edificio. Se cruzó con Pedro que entraba junto a su madre. Su puñetera suegra. Tan comprensiva, tan benevolente, tan machista. Para una madre su hijo es lo mejor del mundo. ¿Que venda nos ponen a las mujeres en los ojos? Siempre disculpándolo, siempre criticándola por no ser como ella le hubiera gustado que fuese, siempre haciéndola sentir un insecto, malmetiendo en su propia casa. Pedro era un buen hijo para su madre, pero no era un buen marido. Un buen marido no azota, ni empuja, ni te insulta, ni prohíbe, ni te aísla de tus seres queridos, ni te obliga a hacer lo que hace tiempo ya no te apetece, al menos con pasión. No humilla. 

Vio como Pedro hablaba con su abogada en la puerta del edificio. Esta miraba el reloj, las 11:20, y le negaba rotundamente con la cabeza. Quería bajar las escaleras e irse, pero Pedro la agarraba del brazo. Sintió una punzada en su pecho, de miedo, "a ella no, por favor, a ella no", rogó mordiéndose el labio inferior. Pero recordó que en público se comportaba como un hombre respetuoso. Todo era diferente dentro de casa.

La abogada entró en la cafetería y con una sonrisa de triunfo esperanzador se sentó con ella. Le agarró las manos y le infundió confianza. Le dijo que pronto acabaría todo, que no temiera. Una nueva vida. Lejos. Entrelazó su brazo con el suyo y juntas cruzaron la calle. La cabeza bien alta. El sol de mediodía y la firmeza calentaban sus huesos. Había dejado de tiritar. El miedo se disolvía. Faltaban quince minutos para las doce cuando las dos mujeres entraron en el Juzgado. El mejor final feliz era la ilusión de un nuevo comienzo. 





*El eslogan de este cartel fue creado por mi hijo. (Disculpen mi pasión de madre)



sábado, 12 de noviembre de 2016




LA BIBLIOTECARIA


A las 12 en punto cierra "El Cafebook", una antigua biblioteca reconvertida en garito de moda, donde se funde cultura y gastronomía. Hace mucho tiempo, en aquel lugar,  ocurrió un trágico suceso. La leyenda urbana cuenta que el marido de la bibliotecaria, hombre rudo y celoso, fue asesinado por el guardia de seguridad, supuesto amante de esta, cuando se vio descubierto en pleno arrebato. Las crónicas de los periódicos, sin embargo, relataron en su día, que el marido, entró a robar usando las llaves de su mujer y el guardián lo pilló infraganti. Lo cierto es que dichos acontecimientos permanecen en el más absoluto misterio, debido a que  también aquella noche, durante la refriega , perdieron la vida el vigilante y la bibliotecaria. Ambos amantes de los libros.  

Esther, una de las empleadas del nuevo negocio, es siempre la encargada de cerrar el local de forma voluntaria. Sus compañeros de "El Cafebook" murmuran a sus espaldas y critican sus rarezas. Esther posee una belleza antigua y melancólica, aunque pálida y ojeruda. Nunca  le han conocido pareja; ni siquiera saben hacia que palo tiran sus gustos, si es que los tiene. A veces disponen para ella encuentros "casuales" con amigos, pero siempre parece aburrirse y acaba escabulléndose del lugar sin dejar rastro. No hace uso de sus días libres; es el comodín perfecto para cambiar turnos. Los demás, con sorna, le preguntan si cree que va a heredar la empresa. A lo que ella responde con una sonrisa burlona y un misterioso silencio, como poseedora de un alto secreto.

No es la primera vez que las cámaras de seguridad captan cómo Esther habla mientras hace su trabajo. La ven charlar a las sombras de los carteles del menú, a la barra y al infinito, sin más. Sus monólogos se interrumpen a veces con largos silencios pero atentas miradas y gestos en su rostro, como si participara de una interesante conversación. A veces sonríe, otras se aflige y a ratos se angustia. Se lleva horas y horas recolocando los libros cuidadosamente en sus estantes, en una labor metódica y disciplinada. Y todo sin parar de hablar, como solía hacerlo antaño Doña Esther, la bibliotecaria, con el vigilante. 


Imagen:
"Muchacha leyendo"
FRAGONARD


jueves, 6 de octubre de 2016




ZAPPING

Hay días que me gustaría usar el mando de la tele a la inversa. Es decir, hacia mí misma. Zapping hipnótico. Deberían usarlo los terapeutas en su consulta. 

Como me gustaría verme a mí misma en una cinta de 8mms, y al más puro estilo Hollywood empinarme una botella de Bourbon a palo seco, hasta la última gota, para luego lanzarla contra el espejo que hay sobre la chimenea. ¡Debe de ser muy reconfortante! Pero nunca he tolerado bien el alcohol y solo pensar en la resaca ya me dan náuseas... Y tampoco tengo chimenea.

Podría intentar viajar en el tiempo  y aparecer en una de esas películas de ciencia ficción donde a golpe de chip o trasplante de materia gris acabo de un plumazo con depres, pasados insolubles y demás fastidios de la vida mortal. Pero se me hiela la sangre nada más pensar en lo frio que debe ser ese paisaje deshumanizado. Además, me recuerda demasiado a los anuncios de lejía... Y a que tengo que fregar el cuarto de baño. 

Si viviera en Nueva York podría dar un paseo por Central Park haciendo footing o paseando al perro. Suele ser un recurso muy recurrente cuando el protagonista tiene el bajón de hipocretina  y así, entre paisajes otoñales, pistas de hielo, caídas y puestos de perritos calientes (me refiero a los comestibles no a las mascotas), por arte de magia acaba conociendo al amor de su vida (aunque él o ella no sé de cuenta hasta el final de la película) y todo es maravilloso mientras suena la música de Bacharach de fondo. Pero solo pensarlo me cansa; además no tengo zapatillas de correr... Ni perro. 

Tanto imaginar me ha dado un hambre terrible de realidad. Me conecto a las Redes sociales. A ver qué cuentan. Políticos, más políticos, frases de perogrullo, animales maltratados, violencia, discursos de autoayuda, más políticos, parejitas felices, niños felices, padres felices, mensajes vacíos lanzados a un precipicio desorbitado. Censura.  Demasiada realidad hay por aquí. No duro ni veinte minutos conectada.

Necesito  reinventarme, escribir, soñar, vivir otra vida. Me aburro, estoy bloqueada y se me agota la imaginación. Quiero salir de este reality que no sé si denominar dramón o película de terror. De suspense y de aventuras tiene poco. Nada me gustaría más que vivir rodeada de emociones. 

¿Y si me sentara delante del televisor a ver maratones de películas tipo Indiana Jones o El Señor de los Anillos mientras me zampo un helado talla XXL? En las pelis funciona. (Ahora vuelvo...) ¡Nada! No tengo en la nevera ni un mísero yogur caducado. Creo que va siendo hora de dejar el Olimpo del cine y hacerle una visita al Supermercado. ¿Quién sabe? ¿Cuántas películas se habrán rodado entre los pasillos de un supermercado? A lo mejor es mi día de suerte y entre la mantequilla y el aceite...


miércoles, 31 de agosto de 2016



“Las lágrimas que no se lloran, ¿esperan en pequeños lagos?
¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza? 

(Pablo Neruda)




DIAMANTES 


   Cuando despertó aquella mañana de primavera quiso creer que todo había sido un mal sueño. Que era un día cualquiera de la semana y él había madrugado para llegar temprano al trabajo, como de costumbre. Que igual estaba conduciendo y no le había podido telefonear para despertarla, como de costumbre. Que no había encontrado ningún lápiz para escribir la frase con la que le sorprendía diariamente, como de costumbre. Pero era domingo y él no trabajaba los domingos. La despertó un rayo de sol que entraba por el hueco de la cortina, no la despertó su teléfono. La primera frase que leyó en el día fue el vacío de su bloc de notas. El mismo vacío que notó al otro lado de la cama. El mismo que sintió cuando al consultar su móvil no vio ninguna llamada perdida. Vacío que se fue apoderando de ella. Lentamente. Invadiendo su mañana, su tarde, su noche. Y así un día tras otro. Poco a poco se fue acostumbrando a que sus costumbres fueran cambiando. Y con ellas su alma, que a su vez, se fue secando. 

   El verano fue cediéndole horas al otoño. Los días se acortaban y las hojas caían de los árboles a la misma velocidad que las del calendario. Cuando despertó aquella mañana otoñal notó que  algo  cambiaba. Abrazaba gustosa el rayo de sol que entraba por el hueco de la cortina. El mismo que últimamente la despertaba y que tanto aborrecía. Se estiró en la cama con los brazos en cruz y no notó el frescor de las sabanas de días atrás. Su propio cuerpo y el mismo sol lo calentaba. Leyó la frase que había dejado escrita la noche anterior. Había creado su propia costumbre de dejar un poema escrito antes de dormirse, para leerlo por las mañanas como un reto, con voluntad de cambio, terapia positiva. Uniendo letras de placeres olvidados. Poesía. 

   ¿Y si las lágrimas que no se lloran en vez de esperar en pequeños lagos, como se preguntaba Neruda, formaran gotas de lluvia y cayeran para empapar las almas? ¿Y si esos ríos invisibles en vez de correr hacia la tristeza vinieran de vuelta dejando atrás la melancolía? Dispuesta a salir de dudas cogió su rebeca y se quedó en el jardín, esperando pacientemente a que la anunciada lluvia cayera. Las nubes se fueron formando cada vez más oscuras, tapando el mismo sol que antes abrazó con gusto al despertar. Y poco a poco, una a una, las gotas fueron cayendo dejando la hierba asperjada de diamantes efímeros. Lloró lágrimas no lloradas,  de esas que no poseen fecha de caducidad, y con ellas empapó de nuevo su alma. 


miércoles, 13 de julio de 2016








"El hecho es que hasta cuando estoy dormido 
de algún modo magnético 
circulo en la universidad del oleaje."   (Neruda)

LAGRIMAS DE SAL


La jornada prometía convertirse en un magnífico día de playa. Me sentía contenta de haber convencido a Cristina para acompañarme a una pequeña cala, a pocos kilómetros de nuestra ciudad. No fue fácil, ya que mi amiga llevaba un año consumida por la tristeza del luto. Un año desde que Manuel, su pareja desde el instituto, había perdido la vida en el mar. Desde entonces ella no había vuelto a pisar la arena. Yo creía estar preparada mentalmente para consolar sus posibles reacciones: una caída en la melancolía, lágrimas furtivas o una ataque de rebeldía a puñetazos con las olas hubieran sido escenas más que probables.  Sabía que últimamente había perdido las ganas de todo. Se sentía tan vacía y apesadumbrada que me costaba a veces sacarle, no ya una sonrisa, si no apenas una frase de más de cinco palabras. Se acercaron juntas a la orilla para saludar al ponto que flotaba revuelto y embravecido. Apreté fuertemente su mano cuando vi que las lágrimas comenzaron a escaparse de sus ojos. Quizás una, quizás diez, quizás mil -imposible saberlo- cayeron al agua salada mezclándose para siempre en una sola lágrima inmensa. La brisa secó su rostro y finalmente aflojó sus músculos. Tras aquella ceremonia, Cristina  parecía relajada  y dispuesta a disfrutar del bonito cielo azul que nos acompañaba. Yo me calmé también, convencida de que la idea no había sido tan mala, a pesar de todo. Pasamos las horas tumbadas al sol, hablando sin parar, sobre todo yo, fumando y bebiendo. Tras el almuerzo, el letargo se apoderó de nosotras, desconectamos las voces y cada una se quedó al amparo hermético de sus propios pensamientos; aunque presumo que iban en la misma dirección. 

Me quedé profundamente dormida con el susurro de la nana que cantaban las olas; la brisa parecía mecerlas con dosis elevadas de poderoso somnífero. En mi sueño, Neptuno me confesaba que se había enamorado de una joven que todas las noches de luna llena, con la disciplina de un ritual sagrado, se sumergía en sus aguas; él la acariciaba y ella se dejaba arrullar. Pero el Dios de las aguas quería más, quería poseer un rostro hermoso para enamorarla y flores para regalar. Yo le contestaba, con esa familiaridad inverosímil que regalan los sueños: "No necesitas tal cosa, esa  joven busca convertirse en espuma para quedarse contigo en el mar".  Confundida entre sueño y realidad, oí el tabaleo de una campanita atada a un carrito que,  empujado por un joven, anunciaba bebidas. Un viento súbito y desorientado hacía volar las blancas campanillas de las dunas sobre mi cabeza, enmarañando mi pelo en un remolino de arena y agua pulverizada. La sed me obligó a abandonar el sueño clamando por una botella de agua fresca. 

Busqué a Cristina para narrarle el extraordinario sueño que había tenido, pero no estaba. Sus cosas seguían junto a las mías. "No debe andar muy lejos" pensé relajada. Poco a poco la playa se fue quedando desierta, era la hora en la que el sol nadaba en el mar antes de acostarse y sin su altiva presencia comenzaba a refrescar. Me froté  los ojos, me envolví con la toalla  y giré de pie sobre mí misma buscándola.  Empezaba a preocuparme cuando algo llamó mi atención. Anduve hacia la orilla donde vi  conchas que brillaban y pétalos de flores que se mezclaban entre los cantos y restos de algas. El mar estaba en calma y Cristina salía de él con chispas  de sal sobre la piel y un ramillete de corales enganchado en su pelo. 



Imagen: 
Jack Vettriano. 

sábado, 2 de julio de 2016






PLANTADA



   Las paredes fueron testigos de las promesas. Mi intención era echar raíces. La tuya sembrarme de esperanzas. "Aún no" me dijiste y me hiciste prometer que te esperaría. Acepté. Me prometiste que volverías y me planté en el bordillo, confiada, para verte marchar. Sin volver la vista atrás escondiste tu espalda. Allí quedé.

   Las estaciones se turnaban una tras otra, inclementes, viéndome crecer.  Mis lágrimas y mis vecinos me regaban. Los niños jugaban bajo mi sombra en verano y los pájaros acompañaban mis noches. Soñaba con verte volver por el mismo camino. Soñaba con hacerme fuerte y salir un día de viento a buscarte. Soñaba tanto que me sequé. Las plagas hicieron el resto.

   Un día de sol quise entrar de nuevo y barrer aquellas palabras que seguían desparramadas por las baldosas como hojas secas. Pero no pude moverme. Alarmada vi como aquellas raíces tan deseadas se habían arraigado acosadas por el miedo. Me dejaste plantada. Necesitaba ayuda. Pero recordé que no tenía voz. Ya nadie se acordaba de mí, ni de mi aspecto.

   Hasta que un nuevo inquilino compró aquellas paredes. Era jardinero. Vio que aún estaba a tiempo de salvar mis brotes. "No te prometo nada" me dijo. Y confié.

domingo, 29 de mayo de 2016




"El lenguaje de las flores"


Se preciaba de conocer bien el lenguaje de las flores. De vez en cuando se sorprendía a sí misma hablándoles mientras las regaba, las trataba con mimo, como si le estuviera contando un cuento a un niño para animarlo a tomar verduras.  De pequeña su flor favorita había sido el jazmín, se identificaba con su olor fresco y joven. Al crecer fue inseparable de las margaritas, tan indecisas como ella: ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora no... Un día sus ojos se fijaron en un chico que frecuentaba el café donde trabajaba, ¡Menudo gladiolo, que guapo es!. Desde el primer día que lo vió en aquella mesa, su rincón favorito de la cafetería, no dejó de colocar ramitos de violetas junto al azucarero, intentaba así llamar su atención. Lo consiguió, se conocieron, se amaron y acabaron uniendo sus vidas. El día de la boda llevó un trio de calas blancas a juego con su vestido, como Dios manda. En su hogar colocaba orquídeas de todos los colores por toda la casa, elegantes y alegres como su propia existencia. Durante mucho tiempo en su almohada nunca faltó una rosa roja al amanecer. Era muy feliz y por muchos años lo fue; tanto que su jardín pasó a un segundo plano. Los años pasaron rápidos. Pero llegó el día en que las rosas escaseaban en sus despertares; no eran tan rojas, les faltaba color y aroma. Igual que a sus secas conversaciones les faltaba algo de abono y riego. Con el hastío y los celos siempre rondando por su cabeza, optó por mostrarle sus sentimientos con ranúnculos y jacintos amarillos, no había otra forma, apenas coincidían en el espacio. Pero donde ella veía oportunidades él solo veía narcisos; la crisis de los cuarenta le llaman. Él acabó abandonando el jardín que ella había creado. Ella siguió regando y mimando sus plantas. Como si fueran los nietos que no le dieron los hijos que nunca tuvo. Así mismo dejó de regar el resto de sus ilusiones; no cultivaba amistades y dejó fluir el resto de sus días esperando un vendaval milagroso que la separara de su existencia. Ajada y consumida asumió su soledad, más visible y triste aún con el paso de los años. Ella nunca lo abandonó en sus pensamientos y nunca dejó de llevarle camelias blancas a su tumba. En la suya reposará sola y de por vida la corona de plástico gentileza de la funeraria.

Imagen: Emil Nolde

miércoles, 25 de mayo de 2016






"Entraré en la nada y me disolveré en ella"
José Saramago


TRÁNSITO 

La curiosidad le ganó el pulso a la inevitable levedad que sentía y se dejó arrastrar, como si huyera de algún viento travieso. Entró furtivamente evitando hacer ruido; sólo el silbido a su paso dejaba un murmullo hueco. Al principio se desplazaba despacio sin dejar de mirar atrás, pero su tránsito fue ganando confianza. Guiada por un mapa imaginario se dirigió directa al ventanal. La sala se orientaba al norte y allí estaban, frente a ella, no había duda, las ventanas de su infantil dormitorio; reconocía las cortinas de flores volando hacia la calle, su madre siempre las dejaba abierta por las mañanas para orear. ¿Cuántas  veces se había asomado por ella contemplando las grandes y luminosas vidrieras a lo lejos? ¿Cuántas mañanas había imaginado el interior coloreado de las estancias de aquel viejo palacio?  ¿Cuantas tardes de verano ensayaba piruetas al ritmo de la música que despedían aquellos ventanales abiertos? ¿Cuántas noches sus sabanas se convertían en vaporosas gasas que rozaban aquel suelo? ¿Cuánta vida ha pasado desde aquella infancia?   

Su cándida imaginación le había retratado un mundo onírico. Lo curioso era que nada le resultaba extraño, todo era tal y como lo había fantaseado. No sabe si sus pies pisaban aquellos vacíos suelos o eran sus alas las que le posaron en aquel salón, ahora frío y sin público. No entiende cómo se distrajo de su desdichado destino para hacer una parada en aquel lugar, tan lejano a su propio mundo pero tan presente en su vida. Aquello sí que era otra dimensión. Con la misma sensación de quien acaba de cumplir una promesa muchos años pospuesta continuó su tránsito y se alejó.

Su madre le decía que nadie debe abandonar el mundo sin ver antes realizado al menos uno de sus sueños. 




Imagen:  "Château des Singes"

domingo, 22 de mayo de 2016




UN DÍA GAFADO


Desde que puso el pie en el suelo aquella mañana -seguro que fue el izquierdo- la mala suerte le acompañó durante toda la jornada. Ya a medio día, la certeza de que la fecha estaba gafada, le configuró de algún modo su agenda. No quiso tomar ninguna decisión importante, ni aventurar ninguna empresa por temor a confirmar sus supersticiones. Anduvo despacio, habló lo justo, comió algo frío y apenas si tocó sus frágiles tesoros. "Mañana será otro día" pensó. Así que decidió dejarse llevar por las aguas del azar sabiendo que en algún momento, de pronto y sin avisar, su corriente la dejaría reposar en cualquier orilla tranquila. Pasada la media tarde, un encuentro con aquel personaje, tan fugaz en el tiempo como intenso en su conciencia, le dejó con el corazón bombeando ilusión por todas sus venas, en su fluir llegaba a regar su razón con inventadas esperanzas. Una sonrisa boba se apoderó de su semblante y pensó que todas las tribulaciones del día se veían recompensadas por dicho encuentro. "Bah, que tonta! Y  pensar que he creido que era un mal día....." En su imaginación comenzaron a desfilar como en un pase de diapositivas sus futuros encuentros con él, redactó con tinta invisible una relación ideal con apuntes desordenados y se vio escribiendo el primer capítulo de una apasionada novela, la suya. El día acabó como acaban todos los días, apagando luces y bajando párpados.  Después de aquel,  muchos llegaron con la suerte ya predestinada y, aunque se había tatuado su imagen en el pensamiento, no volvió a verlo. Las diapositivas se fueron velando y el papel de sus escritos transparentes amarilleando. Así pues no le quedó más remedio que reconocer que aquel día estuvo ciertamente gafado....


Imagen: Matt Webber. 

domingo, 15 de mayo de 2016




SEDUCCIÓN GEOMÉTRICA 

Fue contando las baldosas en el suelo a la vez que saltaba a la pata coja. Reposaba sobre las negras en un perfecto equilibrio para evitar caer en las blancas, representadas en su imaginación como el vacío de un pozo. Seducida  por la geometría de las estrellas de rombos y hexágonos se mareó y cayó en un confuso sueño de visiones celestiales y astros azules. Abrió los ojos despacio y sin moverse fue recorriendo con la mirada la historia sagrada que se le presentaba en fragmentos. Viñetas con vida propia, como en un cine panorámico. Una a una su cuello giraba ansioso por verlas todas, tanto que creyó que su cabeza se separaba del cuerpo y salía disparada como la hélice de un helicóptero para volar a contemplarlas de cerca.  Finalmente, cansada por el vuelo, se relajó, cerró los ojos y quedo dormida sintiendo todo un cielo estrellado protegiéndola. Despertó sintiendo un bullicio de susurros lejano, una voz familiar  y pasos de variadas suelas. Un grupo de ojos rasgados la observaba entre tiernas risitas y entre ellas su madre, de uniforme, la única que la miraba con los ojos muy abiertos y enfadados. Conocía esa mirada, la veía cada vez que cometía alguna travesura. Se levantó y se marchó saltando a la pata coja cayendo sobre las losetas negras.


Imagen:
Frescos de Giotto (siglo XIV)
Capilla de los Scrovegni. 

sábado, 14 de mayo de 2016


"El peso de la ansiedad es mayor que el del mal que la provoca"

"Robinson Crusoe"
Daniel Dafoe



ALETEOS

Siento cosquillas en el estomago, pero no son mariposas. Lo sé porque las mariposas me gustan, pero esta sensación no. Ojalá lo fueran. Quizás sea algún tipo de criatura desconocida, perteneciente a la fauna abisal, pero me temo que estas son viejas conocidas. Además, no les basta con quedarse en las profundidades. Suben por el esófago y buscan hueco entre las costillas. Las noto perfectamente. Son ligeras y punzantes. Se clavan en los pulmones y me pillan pellizcos. Respiran mi aire. Más bien diría que me lo roban. Inhalo pausadamente, exhalo, inhalo, exhalo, tantas veces como puedo, para renovarlo. No me gusta quedarme sin aliento. Una manía muy común entre los mortales.

Hay a quienes les resulta fácil expulsarlas por la boca. La vibración del grito las anima y escapan volando alto. Pero hay que saber hacerlo. Yo no puedo. No me sale. Hubo un tiempo que lo hacía a menudo. Pero me dejaba un regusto amargo en la boca y abandoné la costumbre. También las lloraba. Me resultaba fácil arrastrarlas en una corriente de lagrimas. Reconforta, sí, tanto como expulsarlas a carcajadas. 

Dicen que lo peor es que se queden dentro, pegadas a las venas, en las paredes o en las mucosas. Me las imagino allí agazapadas, en la garganta, todas quietecitas, expectantes. Como un ejército dispuesto en fila preparando la ofensiva. Estratégicamente ordenado para atacar. Cuesta mucho trabajo mantenerlas tranquilas porque hay quienes resultan muy atrayentes para ellas. Su actitud las atrae poderosamente. Y acabas apretando los puños; tan fuerte que tus nudillos parecen canicas. En esos momentos procuro controlarlas con movimientos suaves, disminuyo la velocidad en los movimientos, al menos superficialmente, para que el ambiente se calme, se ralentize y no morir por exceso de velocidad. Disimulo, bajo el volumen, respiro e incluso sonrío, disfrazando sus efectos con una capa de sosiego. No quiero que escapen y se estampen  en la cara de algún inocente. Pero es necesario hacer limpieza usando los instrumentos adecuados. Cuando das con la tecla salen en estampida. Es curioso. Al principio no lo notas, pero poco a poco una superficie blanca se va tiñendo de negro, tienen el aspecto de insectos que al ver la luz se ciegan y se topan con una pared.   Salen a borbotones, caóticas en su intento por huir para cumplir con su objetivo, que no es otro que hacerse visible. Y acabas percibiendo cómo el bicolor de las formas, entre espacios y signos, va cobrando sentido. Lo miras con calma y borras, ordenas, añades, corriges..... El pellizco va desapareciendo suavemente, vuelve  la respiración y en el estómago se van diluyendo los aleteos. Parece que he vomitado sobre un papel aquello que me angustiaba. Pero yo solo veo letras. 

miércoles, 11 de mayo de 2016





"Pero yo amaba a Narciso porque, cuando recostado en mis orillas se inclinaba a mirarme, en el espejo de sus ojos veía mi propia belleza reflejada." 
Oscar Wilde. 



NARCISO

Era bien parecido, de mirada atractiva, alto, simpático, recurrente y elegante. Pero por mas que intentaba buscarle dueña a sus encantos no encontraba a nadie que superara sus expectativas.

"Solo quiero a alguien como yo. No me gustaría provocar en nadie un molesto sentimiento de inferioridad" pensaba. 

Había tenido muchas citas. Antiguas amantes, amigas de la infancia, amigas de amigos y alguna que otra cita a ciegas por internet. Pero nunca eran lo suficientemente buenas para él. No llegaban a su altura, a la que él mismo se había subido; un pedestal creado para no ser alcanzado. Narcisismo y arrogancia, ingredientes básicos de una perfección inventada. 

"No es por criticar amigo mío... pero la humildad te falta, no crees?" Le habían insistido los pocos amigos que le quedaban.

Se había vuelto insoportablemente aburrido, intolerante y pedante. Sólo se sentía cómodo en las conversaciones que giraban en torno a él. Comenzó a crearse monólogos. Sus oídos, cerrados al mundo ordinario y exterior,  sólo dejaban entrar los halagos. Sordo a lo demás. Y así cada vez más aislado, cada vez más alto, cada vez más solo se recreaba en el espejo...

 "Ay, amigo... Que bien te queda el azul cielo!!!"



lunes, 9 de mayo de 2016



LOS LUNES AL SON



¡Monday, monday, so good to me.... monday, monday...! 

Desde el baño la radio sonaba lejana, distorsionada y sarcástica, como un demonio enjaulado en las ondas repitiéndose una y otra vez. Se miró en el espejo y el reflejo le devolvió una mirada burlona a punto de carcajearse de su patética imagen.

....monday, monday...! 

Después de quemarse con el agua de la ducha y percatarse del vacío del bote de gel, salió de la nube de vaho tanteando con manos y pies buscando la toalla. La encontró empapada, hecha una bola y oliendo a camarote del Arca de Noé. A la maquinilla de afeitar se le subieron los aires y se creyó guillotina. Las marcas en su piel daban constancia de que al menos lo había intentado. 

....monday, monday, so good....! 

La radio seguía sonando. La cafetera borboteaba a punto de explotar dejando lavas de café carbonizado por toda la vitro cuando un olor a quemado le recordó que había sacrificado la última rebanada en el infernal aparato. Suavizó el café quemado con la leche, tiró la chamuscada tostada y salió de casa. Retornó en el minuto uno al darse cuenta de que se había olvidado el móvil en la cocina. De paso cogería un paraguas;  goterones del tamaño de monedas de dos euros dibujaban lunares en la acera.  Comenzó a darle la vuelta a los bolsillos buscando las llaves. Al parecer el teléfono no era lo único que había olvidado.  

Mientras, la canción seguía sonando como una broma macabra y machacona dentro de su cabeza. 

....monday, monday.....!!! 

domingo, 8 de mayo de 2016




DESAYUNO CON AMIGOS



Mi encuentro con ellos se produce todas las mañanas, o casi todas. Son jóvenes, insolentes y osados.  Se colocan estratégicamente, alertando de su presencia y se van afianzando para observarte mientras desayunas, ladeando su cuello a ambos lados de forma intermitente, buscando mi lástima y su premio. Clavan sus ojos negros y redondos como perdigones en mi tostada al mismo tiempo que con su pico me hacen morritos. Son traviesos, indiscretos y cantarines. No dejan de cantar, bajito, para no molestar. Los límites los ponen ellos. Al menor movimiento que hago salen volando dejando un aire de "¡a ver si me pillas!" en el ambiente. Cuando les acercas tu obsequio, primero tantean  el terreno, mirando en todas direcciones, para no ser cazados. No sé si les doy demasiada confianza porque al menor descuido se posan en mi plato. Luego en un abrir y cerrar de ojos prenden su trofeo casi al vuelo, lo engullen a salvo de miradas curiosas y avisan a sus primos que en la retaguardia esperan ansiosos su turno. Aunque sinceramente, no sabría decir si se trata de uno solo que continuamente regresa a por otra ración o de alguno de los miembros de su clan. Todos se parecen tanto...

viernes, 6 de mayo de 2016




LA GARRAFA ROTA

Carlos no creía lo que acababa de ocurrir. Le dió mil vueltas a la garrafa y otras mil se convenció de que no había mucho que componer. Se chupó y relamió el pulgar una y otra vez,  como esperando una solución de su propia saliva. Pero acabó con el dedo y el corazón arrugado y esperando la reprimenda que le iba a caer encima.

"Sin duda mi madre se habrá despertado ya con el ruido, mi padre se va a enfadar muchísimo cuando vea que he roto la garrafa de uno de sus clientes. ¿Qué voy a hacer ahora?" pensó. 
Ya se veía castigado sin poder salir a jugar, sin postre y sin cuento de buenas noches. Las lágrimas empezaron a salirle despacio, de una en una, como las goteras del techo del trastero los días de lluvia. Su madre apareció por detrás con la bata a medio cerrar y sus fieles zapatillas puestas, esas mudas, discretas y sigilosas armas arrojadizas que usaba a veces para avisarle desde lejos de sus travesuras. 

-¡Dios mío! ..... ¿Que ha pasado aquí?.... Carlos ¿Que has hecho?- gritó en susurros su madre; ella sabía cómo hacerlo para no despertar a su padre - ¡Pero por el amor de Dios... Contesta!

Carlos notó que el goteo se iba convirtiendo en una cascada de lágrimas. Los mocos le ahogaban, su corazón se encogía por segundos y las palabras se le amontonaban en una bola que no sabía cómo expulsar de una forma creíble. Y así, gimiendo y tartamudeando sílabas inconexas, oyó el crujir de las escaleras. Su padre bajaba por ellas y estaba a punto de descubrir su faena. Y lo peor de todo: a punto de dar al traste con su sorpresa. 

- ¿Que pasa aquí? - preguntó bostezando - ¿Hay ladrones, ratones o ....??? Pero bueno.....!

Carlos en ese momento corrió a abrazar las rodillas de su madre. Si se hubiera abrazado a una columna habría valido lo mismo; su compasión se endurecía en momentos críticos, aunque sabía por experiencia que al final terminaba por ablandarse. No le quedaba mas remedio que confesar. Huir por la ventana y en plena noche no lo veía como una opción posible. No a su edad. 

- Yo sólo quería..., estaba preparando..., estaba en medio de la cocina y no lo vi... -balbuceaba Carlos, a la vez que intentaba sorberse las aguas turbulentas que no paraban de salirle por la nariz y los ojos. 

- Creo que esta vez del castigo no te libras.... ¡sinvergüenza! - dijo su madre apuntándole con el dedo, esta vez sin susurros.

- ¡Espera! - la cortó su padre - ¿Que es todo aquello en la mesa de la cocina? Y...¿Que hace el horno encendido? Y este olor..., uummmm... manzana y canela con un toque de miel... Espera, espera, esto no será...???

- Si papá .... Te estaba preparando una sorpresa. Come se que es tu favorita.... ¿Esperarás a castigarme después de tu fiesta de cumpleaños? -comentó con la boca pequeña, pequeñísima, casi cerrada, los ojos húmedos y la cabeza agachada. 

-¿Castigarte? - preguntó con una sonora carcajada- No hijo, no. ¿Cómo voy a castigarte por preparar mi bizcocho favorito? Además, la garrafa ya estaba rota, no tenía arreglo. La tenía justo en medio para recordar que tenía que sustituirla mañana a primera hora. 

Carlos cambió del llanto a la risa en cuestión de segundos. El peso de la conciencia le aligeró los tobillos y empezó a dar saltos alrededor de sus padres.  De pronto un olor a bizcocho recién horneado invadió la estancia endulzando la escena. 

- ¡ Uuummm, que bien huele!! - Dijeron riendo los tres a la vez. 

Y colorín colorado...... 

Imagen: "La garrafa rota" de Joseph Bail

lunes, 2 de mayo de 2016



CARTAS: ¿Reliquias del pasado?

¿Quien es el dueño de una carta: quien la escribe o quien la recibe?

Es esta una pregunta para la que no tengo respuesta. Las cartas: esas reliquias del pasado, boletines de noticias con besos, abrazos, saludos y despedidas incluidas. Al escritor le brindaban la capacidad de reflexionar sobre el mensaje, haciendo bailar las palabras en una danza intencionada. Borrones de remordimientos o de lagrimas que caen sin dar tiempo a evaporarse, huellas de labios invisibles que besan una superficie que será descifrada solamente por quien lo espera, fotos incluidas de algún momento inolvidable que merece ser compartido. La carta no es sólo un pedazo de papel que puede guardarse  cerca del corazón o ser quemado en el fuego del olvido. Es mucho más que eso. Es tiempo, recuerdo, cercanía.... Cuando no había teléfonos ni ordenadores era la forma de mantener el contacto para los que les alejaba la distancia.  No echo de menos la lectura en papel,  los libros siguen asomados en mi estantería, pero echo en falta la mirada expectante al buzón, el alborozo de ver un sobre escrito a mano por una caligrafía familiar, el reservar la lectura, una y otra vez, de esos folios escritos con vivencias y sentimientos  convertidos en tinta.

En la era de la inmediatez,  "lo pienso, lo escribo, lo mando", las cartas han desaparecido de nuestras vidas y los buzones se oxidan a veces sin mirar sólo rellenos con publicidad y cartas del banco.

¡Que tiempos aquellos!

domingo, 1 de mayo de 2016


SUEÑOS DE AYER

Tiempo hacia que no te soñaba. Y hoy, precisamente hoy, te has presentado en ellos. Sin avisar y sin aparecer siquiera. Pero estabas ahí. Lo sé porque en ellos te he llamado como pidiendo auxilio. Sí, ayuda, como un niño pequeño que llama a su madre cuando se sabe en peligro. Me ha producido desasosiego el despertar, porque aunque pasen los años, tu ausencia no se asume del todo. En el sueño me andaba columpiando en una burbuja de agua, me divertía, era agradable. No recuerdo si volvía a ser una niña pequeña o era la que soy ahora. Pero cuando la burbuja se fue cerrando, y el agua fue entrando en ella te llamé a ti. No pedí socorro, ni auxilio, sólo te llamé a ti...
Creo en los significados de los sueños, pero aunque no creyera, se que hoy has estado conmigo. Como una buena madre. Porque en el fondo sabias que hoy te he añorado.

sábado, 30 de abril de 2016




UNA NOCHE LOCA

Tras una noche de barras largas y recuerdos cortos lo único claro que veía eran las sabanas blancas del hotel. Lo ultimo que recordaba era el tintineo de los hielos en la copa, los mismos que al despertar le martilleaban la cabeza como si el Titanic chocara contra el iceberg una y otra vez. El tabaco en la mesilla, la cabeza de tinte rubio en la almohada, la pared desconchada, el olor agrio de su ropa y sombreretes de lentejuelas y boas de plumas chillonas colgando del cuadro de un paisaje invernal sin firma de autor era todo lo que alcanzaba a ver sin sus gafas. Se levantó y fue directo a la ventana. Las vistas del callejón no le desvelaban mucha información de dónde estaba pero descartó por completo que fuera un barrio selecto. Gatos y vagabundos se hacían dueños de los contenedores de basura. Se avivó el rostro con agua fría (el lavabo no le daba otra opción) y se fue vistiendo despacio intentando no hacer ruido para no despertar a la bella durmiente desconocida y a quien no tenía intención de conocer. Salió y cerró la puerta no sin antes echar un último vistazo a la escena que dejaba atrás. Metió la mano en el bolsillo para coger un cigarro y se encontró con un papel doblado cuya letra le resultó familiar, lo leyó y sonrió llevándoselo a la frente. "No te olvides de recoger a los niños de casa de tu madre. Te veo luego en casa, me llevará un rato quitarme el tinte rubio".

Imagen: Jack Vettriano.

martes, 26 de abril de 2016




TARDE DE CONFIDENCIAS

Algo mágico sucede en una tarde de confidencias, algo que no se puede explicar con palabras aunque sean ellas mismas las protagonistas absolutas del misterio.  El tiempo se detiene alrededor de una mesa donde los temas van saltando como ranas de una pena contenida a carcajadas incontroladas. Para mantener húmeda la lengua, que no para de bregar, una o dos tazas de café y unas copas de licor, alargan la tarde hasta la hora de la cena. Sólo hay hambre de relatar, contar, poner al día la agenda de las experiencias, porque  los sentimientos si no se cuentan se acumulan en las paredes del alma, pesan y se encallan. Deseos, rencores, júbilo y pesar salen por la boca, como culebrillas que escapan del anonimato que el silencio envuelve. Parece que se hacen más livianas las tristezas cuando la reserva del secreto pasa a través de un oído atento. 

¡Que me disculpen los psicólogos pero no hay mejor cura para el alma que una tarde de confidencias!! 


Imagen: "Le bistro" 
EDWARD HOPPER

domingo, 24 de abril de 2016



VUELO DE RECUERDOS


Con mirada ausente, buscaba atrapar por las alas los recuerdos pasajeros que volaban como mariposas blancas, aquellos que cuando crees que los puedes sujetar, despliegan sus alas de nuevo para volverse a posar en otro lugar más alejado y borroso de la memoria. Recuerdos fugaces como estrellas en una noche oscura. Desplegó ante ella sus alhajas, las suyas y las heredadas de sus abuelas. Dicen que los objetos que conservamos de los muertos conservan parte de su alma. Ella así lo creía. Por eso los frotaba, los olisqueaba, los observaba con la lupa de sus ojos vidriosos, acariciaba con ellos los pliegues de su rostro, como queriendo depositar en esos surcos las pieles que las lucieron. Pero no encontraba el recuerdo que buscaba porque apenas sabia que parte del olvido era el que quería desenterrar. Abría el libro y dejaba volar sus páginas ante su cara, aspiraba el aire que le ofrecía su aleteo, aire cerrado con olor a antiguo, para captar los suspiros que un día despertó su lectura entre las mujeres de su familia. Lecturas prohibidas en aquel tiempo por despertar pasiones y pensamientos livianos, muy alejados de su realidad monótona y vacía. Ella los aspiraba de nuevo, los consumía, se llevaba los suspiros directamente al corazón, para acelerarle el pulso que un día, lejano ya, le impulsaron a romper con su legado de buena dama. Aquel sueño juvenil que le hizo alejarse de su cómoda existencia, de sus seres, de su historia, de su destino. Por eso la necesidad de buscar, de entender, de saber de ellas, sin imaginar que el reencuentro, donde todo se olvida y se perdona, estaba cerca.

Imagen: Bertha Wegmann (1847-1926)

sábado, 23 de abril de 2016




MIS AMIGOS LOS LIBROS

Durante los últimos días de mis vacaciones el pasado año (que lejos quedaron...) me estrené en la lectura digital; más por necesidad que por ganas, ya que no me quedó más remedio que recurrir a la tablet cuando me terminé el libro que llevaba. Quizás esta anécdota no tendría ninguna importancia en sí misma si no fuera porque mi histórico avance en la era digital coincidió con la desolación de las estanterías vacías a la vuelta del viaje. ¡Que no cunda el pánico! Ni me entraron a robar, ni ellos se habían largado ofendidos y celosos por echarme a los brazos del Ipad. Los ladrones de libros sólo se encuentran en los títulos de las novelas. Lo que pasó fue que aprovechando nuestra ausencia, se remataron algunas tareas domésticas pendientes y los libros durmieron en cajas de cartón al abrigo del polvo. 

Una vez deshechas las maletas y tras el zafarrancho de plumeros, bayetas y fregonas lo último fue trasladar todos los libros de una punta de la casa a otra. Gracias a Dios no vivo en una mansión con infinitos pasillos, pero sí tengo estanterías repartida por todas las habitaciones, salón y pasillo. 

Durante la tediosa tarea de quitarles el polvo uno a uno y volver a vestir los desnudos estantes, disfruté como lo hubiera hecho Don Quijote. A aquel que le gusten los libros (sobre todo leerlos) sabe de lo que hablo. Uno a uno fueron hojeados de nuevo. De frente, cara a cara, no de perfil y de reojo como suelen verse cuando están bien colocados en su sitio, mostrando solamente el lomo. Fue un emotivo reencuentro con amigos que no veía desde hacía más de 20 años. Amigos de los de verdad, de los que sabes que están ahí para cuando los necesites. Fui encontrando pequeñas sorpresas en su interior que me hicieron revivir el momento en el que nos conocimos. Fotos, tickets, entradas a museos y teatros o publicidad de algún destino ya lejano en el tiempo eran algunas de las reliquias allí conservadas. 

Fue como una llamada de atención del hijo que la pide a gritos. Una llamada silenciosa pero con una brizna de chantaje emocional. El vivir al día de las novedades, el trabajo y la falta de tiempo nos empujan hacia un camino siempre en avance en el que volver a desandar el camino es un proyecto futuro, como necesitando el poco tiempo que nos queda de disfrutar para hacer un repaso por lo seguro, por lo que ya antes nos deleitó de alguna manera.  Quizás sin este contacto no hubiera recordado las aventuras pasadas, los asesinatos resueltos, los romances envidiados en la adolescencia. El arte, la historia, la antropología y biografías de la universidad. Los maravillosos clásicos, que lo son porque lo avalan años de ediciones. Los infantiles de mis hijos gastados del manoseo repetitivo y con olor a meriendas de chocolate. Las historias, en resumen, que han ido definiendo y alimentando mi vida. 

Hubiera sido difícil esta experiencia en una pantalla porque lo leído se almacena en la memoria; donde un sólo sentido es necesario. El olfato y el tacto también saben leer. Lo siento, pero hay cuestiones en las que sigo siendo prehistórica. Lo mejor de esta experiencia, que de otra forma  hubiera sido tediosa, es que he retomado viejas amistades con las que vuelvo a tener una cita pendiente. 

Imagen: "Reflexión" de Federico Zandomenighi.  

viernes, 22 de abril de 2016





RUBOR AZUL


Un marinero le preguntó a su nieto:
 "¿sabes porqué es azul el agua del mar?"
El chiquillo le ofrecía respuestas lógicas aunque no llegaban a satisfacer al anciano.
El abuelo le preguntó de nuevo, pero esta vez al oído, de forma confidencial le susurró:
 "¿que notas en tus mejillas cuando esa chica de las trenzas te mira, te habla, se sienta a tu lado en el pupitre?"
El niño sintió de pronto sus mejillas arder. El abuelo, sonriendo, le puso un espejito delante.
"Mírate" le dijo. "Es rubor, debajo de tu piel hay sangre, por eso el color."
El muchacho atónito no entendía...
El abuelo continuó :
"la sangre que fluye por el mar es transparente, pero el cielo le presta su color cuando lo toca, igual que tú tomas prestado el corazón de esa chica por un instante".

jueves, 21 de abril de 2016






EL BAILE DEL "CHASQUITO"


Daniel recibío su llamada una hora antes de acabar su jornada laboral, lo que hizo que acelerara su salida del despacho. Había soñado con ese momento mil veces y resultaba imposible ya concentrarse en la contabilidad ni un minuto más. Disfrutaba fantaseando con que fuera ella, "la diva", la que cayera rendida ante él, al menos ante las docenas de rosas que hacía llevar a su camerino cada noche después de su actuación en el teatro. Lina era una buena cantante con una presencia que llenaba la escena. Sus movimientos eran sinuosos aunque torpes, pero su voz y su escote ocultaban sus carencias danzarinas. El, sin embargo, había sido y seguía siendo un gran bailarín. Nunca había tenido mucho éxito con las mujeres, su físico mediocre y su falta de desparpajo le hacían retroceder ante cualquier muchacha a la hora de entablar una conversación. Sin embargo, en las fiestas, las chicas se lo rifaban para lucir palmito en la pista. Nadie como él sabia moverse y hacer volar al son de la música a su acompañante. Bailando se sentía otro, no era el mismo; era como si el espíritu de Shiva lo poseyera mientras duraba la música  haciéndose dueño de sus piernas y brazos. Cuando paraba la canción Daniel se transformaba de nuevo en el anodino y aburrido tipo que solía ser en reposo y sus parejas de baile volvían a alejarse de él como harían las gotas de agua en un parabrisas en la fase final del túnel de lavado.

Lina lo había citado en su propio domicilio, lo cual le hizo fantasear aún más sobre el motivo de su cita. Llegó cinco minutos antes de la hora, perfumado y vestido para la ocasión soñada. Nervioso y acalorado llamó al timbre. Le abrió la doncella.

-Pase, por favor, la señora le espera en sus aposentos. Acompáñeme.

El lento ascenso de la doncella por las escaleras le aceleraron aún más el pulso. Intentaba adelantarla zigzagueando por detrás suya a lo Fred Astaire, mientras, la muchacha respondía ralentizando su paso con sonrisa burlona y aire de gran señora. Finalmente llego a la habitación de su adorada diva.

Allí lo esperaba ella, radiantemente vestida para estar por casa con un mantón de seda bordado, regalo de un empresario japonés encandilado.  Reclinada en su maravilloso sofá de terciopelo "rojo sangre" se incorporó un poco, lo suficiente para dejar al descubierto uno de sus hombros. "Esto va a ser divertido" pensó ella al verlo entrar. Sin poder disimular su nerviosismo, el galán, deslumbrado por su glamuroso atuendo, fue a su encuentro convencido de que aquella noche besaría algo más que unas suaves manos. Tras un intercambio de palabras de cortesía, ella se disculpó por citarlo allí en lugar de hacerlo en un lugar público. Daniel, lejos de mostrarse intimidado, le confesó que estaba encantado y sorprendido. Notó en sus manos la humedad incómoda del nerviosismo. Su mente, tan soñadora y pasional unos minutos antes, se había quedado en blanco y no lograba articular palabra para conversar; tampoco quería romper el hechizo de verse allí a solas con ella. La mujer, viendo aburrida cómo entre las virtudes de su invitado no aparecían la oratoria ni el ingenio, decidió pasar directamente a la acción, al fin y al cabo para eso lo había hecho venir. Cambió de postura y se inclinó hacia delante para tomar sus manos, pensando que así no podría negarse a sus peticiones. El, se las tomó a la vez que, cerrando los ojos para ahuyentar la vergüenza de su atrevimiento,  acercó su boca a la de ella para propinarle un beso. Ella, viéndolo venir, torció  la cabeza y su boca quedó a la altura de su oreja. Le susurró algo al oído mientras el continuaba con los ojos cerrados y sus morros apretados. A medida que la escuchaba sus ojos y su boca se iban abriendo alucinados. No creía, no imaginaba. Había soñado bien alto y finalmente había caído en la cuenta dañándose gravemente en la bajada su amor propio. "¿Cómo podía haber sido tan tonto? ¡Qué iluso!" pensó. A punto de estallar de ira y olvidando su educación le espetó:

- Que... Que te... Que te enseñe a... ¿¿¿Que  te baile qué???


Imagen: George Owen Wynne Apperley.

miércoles, 20 de abril de 2016

BIENVENIDOS


Queda oficialmente inaugurado este blog.
Ya soy bloguera! 
Cielos!!! Y ahora ...Qué? 
He criado un canario y una tortuga, he trasplantado macetas y ahora tengo un blog. Siento un vacío existencial pensando que había tres cosas en la vida que tenía que realizar antes de que llegara mi ocaso y, arriba o abajo, más o menos, truco o trato, las tengo conseguidas, no seamos exigentes! 

A modo de presentación os diré que este blog ha nacido de la mano de una mujer creativamente inquieta donde las haya que, animándome con sus comentarios en cada una de mis publicaciones del Facebook no ha parado hasta conseguirlo. Un día, me dió un ultimátum:

-"¿A que te lo abro yo?"

 Y yo, ni corta, ni perezosa, me faltó tiempo para llamar al notario que diera fe. Le cogí la palabra al vuelo, vaya! Ella, que tampoco es ni corta de imaginación ni perezosa en el empeño, le sobraron 15 de las 24 horas del día siguiente para ponerlo en marcha. Por supuesto no hizo falta el notario. Lo que ella no se imaginaba es que había adoptado a una pejiguera novata (además de torpe) en el mundo del blog. Me la puedo imaginar resoplando hacia arriba  y haciendo volar su flequillo cada vez que recibe un mensaje mío:

-¿Cómo entro?
-¿Cómo pongo fotos?
-¿Qué es un favicon?

Es una Santa! 

Espero que el tiempo y sus consejos me hagan una experta. Esto es como decorar una habitación donde me encuentre lo más cómoda posible y que a la vez sea acogedora para los visitantes. Ni extravagante ni sosa, alegre o triste dependiendo del ánimo y las circunstancias, con sentido del humor y con momentos para la reflexión, amena, actual sin dejar a un lado la memoria y con mucho arte decorando sus paredes.   Así que no sería de extrañar que alguien, al entrar por segunda o tercera vez (si es que alguien repite y entra de nuevo), pensara que se había equivocado de blog al encontrar la decoración diferente.
 
Bienvenidos, estáis en vuestra casa!!! 


martes, 19 de abril de 2016

SOÑAR

De tantas vidas como quisiera vivir acabo sin vivir la cierta. Si de elegir se tratara imposible sería, todas me tientan. Muchas son las vidas ajenas que me alcanzan, me emocionan, me embelesan.

Si hablamos de otras épocas la cosa se complica. Emperatriz romana, deidad griega, heroína cristiana o sultana presa. Por imaginar se sueña. Sólo probar, aunque sea un día, luego volver y continuar la mía. Abadesa en un convento, musa de algún talento o cortesana en palacio. Todas en una o por separado, vidas anónimas y de prestado. Luego tomar las riendas del presente y volver a ser la de siempre.¿La de siempre?. No, eso es imposible. Pues no se puede vivir siendo eterna. Habrá que elegir. ¡Que dilema!. Puedo ser hija de un jefe apache, inventora de poemas o amante de cambalache . ¿Que más da? Solo es ficción. Bailarina del Cotton Club o del Moulin Rouge. Diva en Hollywood o vampiresa. Todas son de la misma empresa. Tanto donde elegir me descoloca. ¿Porque no ser cantante de ópera? Escultora de aire y arqueóloga. Elegirlo puedo. No hay que coger avión, solo el vuelo.... de la imaginación.