EL MUNDO A MIS PIES
Estoy agotada. Esto de despertar cada día en un lugar diferente me deja el cuerpo fatal. Pero es que el mundo es tan ancho y redondito que dan ganas de comérselo como una bola de chicle, saborearlo y masticar su jugo. Ninguna ciudad, por remota que sea, tiene secretos para mí. Conozco sus calles y recovecos y me siento como pez en el agua; aunque reconozco que a veces parezco más una piraña en el desierto o un camello en Alaska. Lo que más me gusta es andar y deambular sin sentido de un sitio a otro, conocer gente y vivir experiencias increíbles, tanto que ni yo misma me las creo. Cuando toca volar, a vista de pájaro no se me escapa nada. En ocasiones surgen contratiempos como una tormenta o un fallo en los motores del avión. Solo entonces tiemblo y me revuelvo como una lagartija. Pero ahí está mi marido, roncando a mi lado, para despertarme y reprocharme los movimientos bruscos y los monólogos. Dice que así no hay quien descanse para ir a trabajar. Yo me doy la vuelta, cierro los ojos y agradezco que él no me acompañe en mis viajes.
La imaginación es sin duda el producto tecnológico más avanzado y puntero que puede utilizar el ser humano, como bien muestras en este relato. Me encantó. ¡Saludos!
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