viernes, 18 de octubre de 2019





CANDINSKY



     Un conocido pintor deseaba a sus colegas que la inspiración les pillara trabajando. Yo trabajaba sin cesar buscando esas musas que hicieran que mi golpe de suerte fuera merecido. Pero tanto las musas como las ganas de trabajar llevaban días sin visitarme. 

     Hacía tres meses que había acogido a un cachorro de labrador negro que, como todos los cachorros de dicha raza, era un juguetón insaciable. Aquella mañana me planté delante del lienzo, pincel en mano, dispuesto a recibir la inspiración deseada. Las deudas reclamaban ser pagadas y la idea de volver al negocio familiar de reformas y chapuzas domésticas me taladraba mi alma de artista. Además, aquel día cumplía el plazo para presentar una obra a un concurso internacional que podría consolidar mi carrera y bajar de un plumazo el montón de facturas pendientes. De un momento a otro vendría el transportista a recoger el lienzo y aún ni había empezado. 

     Chester, así se llamaba mi nuevo amigo, me observaba desde un rincón del estudio esperando que llegara la hora de su paseo. Cuando nuestras miradas se cruzaban, se acercaba con su cuerda de juguete para provocarme al juego. Era un ladronzuelo encantador que robaba todo lo que pillara a su alcance. Ni qué decir tiene que a mi me robó el corazón desde que lo vi aún acurrucado junto a su madre. Acabé cediendo a sus encantos y me entretuve en el “tira y afloja”.  Él echaba el alma por la boca demostrando lo fuerte que era y yo acabé dando un culazo en el suelo, no sin antes derribar el  caballete; dejando el lienzo, aún blanco, tirado y varios de los cubos de pintura desparramados por el piso del estudio. 

     Todo pasó en cuestión de segundos. Aturdido por la caída, de un salto me arrebató el pincel, lo arrastró por el suelo y salpicó de garabatos el lienzo. No podía creerlo. La hora se me había echado   encima y veía pasar la última oportunidad de éxito. Pero todo  ocurrió tan deprisa que no me dio tiempo a reaccionar. Sonó el timbre. ¡Era la empresa de transporte que venía a recoger la obra! Abrí la puerta hecho una caricatura de Pollock.  El mozo era extranjero y no entendía mis disculpas por no tener preparado el encargo. Eso o harto de tratar con divos inaguantables, pasó de mis excusas, recogió lo único que en el estudio parecía ser una pintura, me hizo firmar un recibo y lo introdujo en la furgoneta. Mientras yo me quedaba con un palmo de narices plantado en la puerta, Chester, ahora multicolor, me recordaba con la correa en la boca que era su hora. 

     Pasaron los días y no me atrevía a pasar por la exposición. Me moriría de vergüenza al escuchar los comentarios de los visitantes. ¡Adiós a mi sueño! Volví a subirme al andamio junto a mi padre, el cual me daba los trabajos más “artísticos” como rematar molduras de escayola sin salirme de la línea. Tuve que tragarme la guasa del resto de empleados que se dirigían a mi llamándome Picachu el resto de mi vida. Ni siquiera la carta que recibí semanas después de aquel fatídico día les hizo cambiar mi apodo; la carta donde me anunciaba el éxito de la obra presentada al concurso. Al parecer, el aplauso unánime de los críticos, hicieron de mi perro un artista emergente. 

*Imagen de Chester con su juguete favorito. 


miércoles, 16 de octubre de 2019

LA UNIÓN HACE LA FUERZA





LA UNIÓN HACE LA FUERZA




     Aquel día el pasillo, a vista de pájaro, parecía una serpiente negra y ondulante. Salíamos del jardín directos al dormitorio del jefe. La marcha era cadenciosa y algo perturbadora ya que todas portábamos algo a nuestras espaldas que depositábamos disciplinadamente sobre el suelo, junto a la cama. El patriarca dormía como un lirón, roncando como un oso, lo que nos daba la seguridad de rematar nuestra misión antes de que despertase.  Toda la madrugada anduvimos atareadas mientras los demás nos observaban con curiosidad. Algunos se reían de nuestro trasiego, otros formaban un arco a nuestro paso que presagiaba el triunfo, pero nadie se atrevió a alterar el camino trazado ¡Menudas éramos! 

     Cuando el gallo decidió que era la hora de poner en marcha un nuevo día, el patriarca percibió un inquietante murmullo en la estancia. Olía a demonios, lo que me llevó a pensar que quizás nos pasamos un poco con el azufre. Noé se incorporó y buscó por la habitación algún despistado que se hubiera equivocado al buscar el cuarto de baño, pero por más que giraba su cuello no veía a nadie. El murmullo se hacía cada vez más intenso, tanto más cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. Afinó el oído intentando averiguar de donde provenía aquel sonido hasta entonces inaudito; no eran rugidos ni ululatos ni aullidos. Finalmente bajó de la cama y un espeluznante silencio lo envolvió. Sus pies sintieron un hormigueo punzante. Hormigueo que le fue subiendo por las pantorrillas alcanzando sus  rodillas hasta llegar al punto H donde, al grito de “Ale hop” decretado por la reina,  nos dejamos caer súbitamente sujetándonos de su vello púbico, lo cual le hizo doblar de dolor la cintura.  La suerte estaba echada. 

    Cuando bajó la vista al suelo, sus ojos no podían creer lo que veían. Las obreras portaban con las patas delanteras alzadas una colilla mal apagada mientras un mensaje escrito en el suelo con pólvora rezaba: "TODAS O NINGUNA". 

domingo, 22 de septiembre de 2019




EL MUNDO A MIS PIES

 

Estoy agotada. Esto de despertar cada día en un lugar diferente me deja el cuerpo fatal.  Pero es que el mundo es tan ancho y redondito que dan ganas de comérselo como una bola de chicle, saborearlo y masticar su jugo. Ninguna ciudad, por remota que sea,  tiene secretos para mí. Conozco sus calles y recovecos y me siento como pez en el agua; aunque reconozco que a veces parezco más una piraña en el desierto o un camello en Alaska. Lo que más me gusta es andar y deambular sin sentido de un sitio a otro, conocer gente y vivir experiencias increíbles, tanto que ni yo misma me las creo. Cuando toca volar, a vista de pájaro no se me escapa nada. En ocasiones surgen contratiempos como una tormenta o un fallo en los motores del avión. Solo entonces  tiemblo y me revuelvo como una lagartija. Pero ahí está mi marido, roncando a mi lado, para despertarme y reprocharme los movimientos bruscos y los monólogos. Dice que así no hay quien descanse para ir a trabajar. Yo me doy la vuelta, cierro los ojos y agradezco que él no me acompañe en mis viajes.