jueves, 21 de abril de 2016






EL BAILE DEL "CHASQUITO"


Daniel recibío su llamada una hora antes de acabar su jornada laboral, lo que hizo que acelerara su salida del despacho. Había soñado con ese momento mil veces y resultaba imposible ya concentrarse en la contabilidad ni un minuto más. Disfrutaba fantaseando con que fuera ella, "la diva", la que cayera rendida ante él, al menos ante las docenas de rosas que hacía llevar a su camerino cada noche después de su actuación en el teatro. Lina era una buena cantante con una presencia que llenaba la escena. Sus movimientos eran sinuosos aunque torpes, pero su voz y su escote ocultaban sus carencias danzarinas. El, sin embargo, había sido y seguía siendo un gran bailarín. Nunca había tenido mucho éxito con las mujeres, su físico mediocre y su falta de desparpajo le hacían retroceder ante cualquier muchacha a la hora de entablar una conversación. Sin embargo, en las fiestas, las chicas se lo rifaban para lucir palmito en la pista. Nadie como él sabia moverse y hacer volar al son de la música a su acompañante. Bailando se sentía otro, no era el mismo; era como si el espíritu de Shiva lo poseyera mientras duraba la música  haciéndose dueño de sus piernas y brazos. Cuando paraba la canción Daniel se transformaba de nuevo en el anodino y aburrido tipo que solía ser en reposo y sus parejas de baile volvían a alejarse de él como harían las gotas de agua en un parabrisas en la fase final del túnel de lavado.

Lina lo había citado en su propio domicilio, lo cual le hizo fantasear aún más sobre el motivo de su cita. Llegó cinco minutos antes de la hora, perfumado y vestido para la ocasión soñada. Nervioso y acalorado llamó al timbre. Le abrió la doncella.

-Pase, por favor, la señora le espera en sus aposentos. Acompáñeme.

El lento ascenso de la doncella por las escaleras le aceleraron aún más el pulso. Intentaba adelantarla zigzagueando por detrás suya a lo Fred Astaire, mientras, la muchacha respondía ralentizando su paso con sonrisa burlona y aire de gran señora. Finalmente llego a la habitación de su adorada diva.

Allí lo esperaba ella, radiantemente vestida para estar por casa con un mantón de seda bordado, regalo de un empresario japonés encandilado.  Reclinada en su maravilloso sofá de terciopelo "rojo sangre" se incorporó un poco, lo suficiente para dejar al descubierto uno de sus hombros. "Esto va a ser divertido" pensó ella al verlo entrar. Sin poder disimular su nerviosismo, el galán, deslumbrado por su glamuroso atuendo, fue a su encuentro convencido de que aquella noche besaría algo más que unas suaves manos. Tras un intercambio de palabras de cortesía, ella se disculpó por citarlo allí en lugar de hacerlo en un lugar público. Daniel, lejos de mostrarse intimidado, le confesó que estaba encantado y sorprendido. Notó en sus manos la humedad incómoda del nerviosismo. Su mente, tan soñadora y pasional unos minutos antes, se había quedado en blanco y no lograba articular palabra para conversar; tampoco quería romper el hechizo de verse allí a solas con ella. La mujer, viendo aburrida cómo entre las virtudes de su invitado no aparecían la oratoria ni el ingenio, decidió pasar directamente a la acción, al fin y al cabo para eso lo había hecho venir. Cambió de postura y se inclinó hacia delante para tomar sus manos, pensando que así no podría negarse a sus peticiones. El, se las tomó a la vez que, cerrando los ojos para ahuyentar la vergüenza de su atrevimiento,  acercó su boca a la de ella para propinarle un beso. Ella, viéndolo venir, torció  la cabeza y su boca quedó a la altura de su oreja. Le susurró algo al oído mientras el continuaba con los ojos cerrados y sus morros apretados. A medida que la escuchaba sus ojos y su boca se iban abriendo alucinados. No creía, no imaginaba. Había soñado bien alto y finalmente había caído en la cuenta dañándose gravemente en la bajada su amor propio. "¿Cómo podía haber sido tan tonto? ¡Qué iluso!" pensó. A punto de estallar de ira y olvidando su educación le espetó:

- Que... Que te... Que te enseñe a... ¿¿¿Que  te baile qué???


Imagen: George Owen Wynne Apperley.

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