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martes, 19 de julio de 2022

LA PLUMA




LA PLUMA 


 

     Esta historia podría ser real o solo un sueño de verano. Yo la contaré tal y como los recuerdos y mi fantasía me la dictan. 


     Todo ocurrió una mañana de finales de junio cuando recién terminábamos el primero y más severo de los confinamientos por Covid. Los que habíamos quedado atrapados en las ciudades teníamos sed de naturaleza, de salir al aire libre, oler el mar, tocar el verde; en definitiva, de reconectar con la vida en estado puro. Nada hay como perder la libertad para añorar las cosas más simples que nos son arrebatadas. 


     Personalmente  andaba sumida en una especie de hermandad con la muerte debido a los serios problemas de salud de mi padre. Todo en mi casa era gris, los rincones tenían su fétido olor y cada corriente de aire me asustaba pensando que era ella que venia a sustraerle su último suspiro. Vivía por y para atender sus necesidades olvidando que yo aun seguía viva. Me sentía viviendo una vejez prematura que no me correspondía.


     Aquella mañana, recién amanecido el día, me encontraba asomada al balcón. Tengo la suerte de recibir los buenos días de la Giralda de frente, a casi un palmo de mi cara, y en aquellos días la hice mi confidente y mi paño de lágrimas. Ella siempre me contestaba lo mismo con un mensaje escrito en su fachada que hice mío: “FORTISSIMA”.  Hablar con una torre y además pensar que me contesta  dándome ánimos no se corresponde con síntomas de buena salud mental así que pensé que me estaba volviendo definitivamente loca cuando lo vi. ¡Un pavo real se presentaba  bajo mi balcón!.  Era majestuoso su  porte visto desde arriba con su andar elegante, su contoneo de  plumas irisadas y el brillante añil de su pescuezo. El animal más bello del mundo estaba allí, glugluteando para que saliera a su encuentro. Corrí como una loca por casa buscando el móvil para fotografiarlo cuando caí en la cuenta de que se dirigía hacia una calle en obras. No podía permitir que cayera en una zanja y quedara atrapado o que alguno de los perros que paseaban sueltos lo atacara. Tenía necesidad de protegerlo. Cogí las llaves y bajé con lo que llevaba puesto, creo que si hubiera sido un pijama hubiera bajado igualmente, tal era mi necesidad de sentirlo cerca. Si la naturaleza viva venía a visitarme, allí estaría yo para recibirla. 


     Era uno de los pavos reales que habitaban en el Alcazar. Se había escapado por el muro de los jardines que daban al callejón del Agua y había tomado las  calles desiertas del Barrio de Santa Cruz como propias. Lo seguí a corta distancia e incluso a veces me colocaba en paralelo cuando veía que no cogía por la calle correcta para volver a su hábitat. Me sentí como una pastora sin vara protegiendo su cola, su integridad y su belleza. De vez en cuando miraba hacia atrás, comprobaba que yo seguía ahí, guiándole, y continuaba su andar elegante. “Mírame” parecía decirme, “la belleza existe”.  Por la angosta calle Vida se llegaba hasta el muro y hasta allí mismo conseguí llevarlo. O quizás fuera él el que me guiaba a mí hacia la naturaleza que se escondía allí mismo tras los altos muros de piedra. Al llegar al final de la calle paró su marcha y se giró lentamente como despidiéndose.   Por un momento pensé, ilusa de mí, que desplegaría su cola como muestra de agradecimiento, pero hizo algo aún mejor: extendió sus alas y voló hasta lo alto del muro. Nunca había visto un pavo real volar y fue tan maravilloso que casi se me escapa una lagrimilla de felicidad. Allí se mantuvo un buen rato, con su flamenca bata de cola desparramada sobre el muro, esperándome.  Envalentonada por las circunstancias y sin nadie alrededor que me lo impidiera, trepé aprovechando los huecos de la antigua muralla hasta llegar a su lado. Una vez allí volvió a alzar el vuelo  hasta posarse junto a una jacaranda y finalmente desapareció de mi vista.  Yo anduve unos metros por encima del muro deleitándome con las vistas ¿Cómo definir lo que sentí en aquellos momentos? Fue una inyección de vitamina verde y de vida la que me inocularon el incansable trinar de los pájaros y la amalgama de verdes que se presentaba ante mí; magia en estado puro exultante y esperanzadora. “La naturaleza no se apresura, sin embargo todo se lleva a cabo”.  Con este mensaje de Lao Tzu grabado en mi mente cogí el camino de vuelta a casa sintiéndome renovada. Nada podría frenar la evocación de las maravillas vividas en los últimos minutos. 






     Llegué a mi casa dispuesta a enfrentarme a la tarea del cuidado de mi padre con otro talante. No volvería a sentirme hundida porque la belleza me mantendría a flote. Era la hora de su desayuno y entré en la habitación para despertarlo. Subí las persianas mientras lo llamaba varias veces. Sin respuesta alguna me agaché para que reaccionara, pero lamentablemente él ya no estaba allí y una máscara de paz le teñía el rostro Cogí sus manos heladas y las crucé sobre su pecho. Sentía una pena tan profunda que me acurruqué a su lado esperando consuelo. 


     Aquel día pasó tan rápido que apenas me dio tiempo a recordar mi experiencia con el pavo real a primera hora de la mañana. Esa misma tarde lo enterramos. Al volver a casa y abrir la puerta algo llamó mi atención. Una pluma de pavo real descansaba en el suelo, la cogí con una sonrisa cómplice y me acaricié con ella la cara impregnándome de vida, belleza y esperanza. 





Texto: Macarena Fernández.
Imágenes: Macarena Fernández.





jueves, 1 de febrero de 2018





EL BANCO DEL PARQUE 




   He de reconocer que tras las visitas esporádicas al "dogtor" —así le llama Pilar—, me siento reconfortado, hambriento y juguetón. Ayer, tras la revisión, vacuna y baño fuimos al mismo parque de siempre pero, a diferencia de otras ocasiones, ella no se prestaba al juego. Quizás no quería que me ensuciara.  ¿Cómo iba yo a saber? Lo preocupante fue que se desmoronó en un banco a la sombra del viejo roble, sin dejar de mirar el cielo que aparecía intermitente entre sus ramas. No son tan diferentes los humanos a nosotros, todos buscamos rincones donde desaparecer del mundo. A mí me sucede cuando me premian con esos sabrosos huesos. Para ella aquel preciso lugar era donde acudía a llorar cuando la "tata" —así llamaba a su madre-— desapareció de un día para otro sin despedirse, donde se acurrucaba en diálogos con su amiga Mercedes cuando discutía con Julian "el prenda" —así lo llamaba cuando se enfadaba— o donde empezó a luchar consigo misma años atrás cuando las fuerzas le abandonaban. No sé si esto es lo que los humanos llaman recuerdo, pero creo que aquel banco asperjado con la savia del árbol le reconfortaba del cansancio de vivir. 

   Yo, meneando la cola, le animé a jugar: le llevé palos que encontraba entre los arbustos, naranjas maduras que teñían el albero y hasta un gorrioncillo que encontré a los pies de unas azaleas. Pero no se inmutó. Se quedó mirando al pájaro, que yacía inerte en el suelo, como hipnotizada. Sentí que conocía esa mirada, vacía y llena de humo. De pronto una lágrima comenzó a navegar por sus pómulos, de nuevo hundidos, cayendo directamente en mi cabeza. Me sacudí enseguida el agua de tristeza  y comenzó a mirarme, con esa mirada profunda y conversadora que tanto me transmitía. Me acarició debajo de las orejas; me conoce bien y sabe cómo tranquilizarme, pero algo no iba bien. Lo huelo. Ya olí su miedo antes, cuando pasaba largas horas ausente y su pelo alfombraba el suelo. Cuando sus ojeras le circulaban sombrías por el rostro y apenas si comía, lo "¿recuerdo?" porque aquellos días para mí representaron un festín de sobras. Le apoyé mi cabeza sobre las piernas y ella me correspondió despeinando mi lomo mientras un río de lágrimas le  desbordaba por la tupida línea de sus pestañas. En el fondo de los ojos está escrita la química del mundo y sus ojos, al igual que los movimientos de mi cola, no engañan.  

    —Lo superaremos —me dijo—, no te abandonaré. Yo pude vencerlo una vez y tú lo harás también. 





Imagen: “Perro semihundido” De Goya



jueves, 23 de noviembre de 2017





UN FUNERAL DE CIRCO



   En el velatorio de  mi padre la casa se llenó de gente. Jamás nuestro oscuro salón estuvo tan concurrido y con tanto color. Había hombres con levitas rojas,  mujeres con lentejuelas, , ancianas pintarrajeadas y niños elásticos, entre otros extravagantes personajes. Leones, elefantes y perritos pizpiretos pisoteaban el césped del jardín sin que a nadie pareciera extrañarle. Todos lamentaban su muerte,  incluso más que mi propia madre, que no daba crédito a lo que veían sus llorosos ojos. Aquellos que parecían ser sus amigos gritaban y se zampaban los canapés del buffet como si no hubieran comido en años, entre moqueos y sollozos. Yo lo miraba todo con asombro de niño, encantado del espectáculo y deseando unirme a aquella algarabía;  hasta que mi madre me soltó una colleja para que me comportara como debía. 

   Mi padre siempre me pareció una persona aburrida y estirada, casi tanto como mi madre. Viajaba mucho y apenas paraba en casa. Y cuando lo hacía, mi madre me pedía que lo dejara tranquilo, que era un hombre muy importante y necesitaba descansar en silencio y total oscuridad. Siempre pensé que no me querría hasta que me hiciera mayor y dejara de alborotar cerca suya. Nunca disfruté de su compañía. 


   Por eso, cuando el señor con extraños bigotes y el niño pequeño con cara de viejo depositaron sobre el ataúd la nariz de un payaso, y aquellos personajes comenzaron a aplaudir a manos llenas, solté una sonora carcajada seguida de un lastimero aullido. Todos me miraron con ternura viendo en mí la continuación de una saga. La verdad es que no sabía si debía reír o llorar. 



Pintura de Margaret Keane. 

martes, 7 de noviembre de 2017




ALMADRABA



   La primera vez que Olga murió, ni siquiera había nacido. Sucedió en el vientre de su madre, cuando el balanceo tranquilo en el que estaba sumergida se tornó en una tempestad de hipidos; justo después de que aquella voz, que sonaba a tormenta, retumbara en su burbuja. La siguió un golpe seco. Jamás volvió a oírla.

   La segunda fue en la escuela. Su maestra le corrigió el dibujo por pintar el sol colorado y las nubes mandarinas. Jamás lo entendió.  ¿Acaso no se escondía así al caer la tarde? No le dejó más color que el negro para escribir teorías y  teoremas. Si al menos hubiera  podido conservar la pluma de loro con la que escribir historias de calaveras y atunes voladores, no hubiera muerto del todo su fantasía. 

   Siendo aún pequeña, volvió a enfrentarse a la muerte, esta vez de cerca y sin camuflaje. Su abuelo Juan, pirata de la almadraba y el mayor contador de historias conocido, se quedó dormido en su  sillón mientras le hablaba de los pillajes cometidos por el mar. Se despidió de ella entre vaivenes de olas que lo mecían;  mientras una  flota de atuneros lo escoltaba por un pasillo salado hacia el abismo.  Olga usó su parche raído para cubrir su vacío y curarse la herida que le dejó el verse náufraga de historias. 

   Ya de jovencita, Olga murió por cuarta vez. Pero, a diferencia de las otras, esta le provocó dolores de estómago. Sin imaginar por donde entraban, vomitaba mariposas y tarareaba melodías que nunca había oído, pero que estaban compuestas desde el principio de los tiempos. Adán se llamaba el culpable, ¿o era Eva?. Que más da. Algo murió dentro de ella. 

   Dio la casualidad que en México, tierra de sus antepasados, tuviera lugar la quinta. Se le rompió el amor a golpe de aburrimiento. Y no fue solo a ella. Ambos acordaron separar lo que Dios supuestamente había unido. Esta fue una muerte lenta, casi diría que programada. Día a día. Noche a noche. Y entre medias la vida. La esperanza. La continuidad de la sangre. Sin saber aún que moriría de nuevo: en cada llanto, en cada caída, en cada fiebre, moriría de nuevo en otra vida. Desde que nació su hijo llevaría el miedo tatuado en su espalda con tinta indeleble y el cariño grapado en sus manos. 

   La última y definitiva muerte fue cuando la memoria le abandonó a su suerte. Su cuerpo dejó de recordar. Su mente hilaba hilos de seda con gruesas agujas de punto que se quebraban al sacudirse. Oscuridad en sus ojos, en sus oídos y en sus recuerdos. Solo el corazón, que no quiso abandonarla en ninguna de sus muertes, seguía vivo y palpitante. Llamaba con voz de niña a su abuelo para que le reconfortara con sus historias de piratas, hasta que un buen día éste,  navegando por las nubes, le echó una amarra y la rescató del cuerpo,  fatigado y feliz, de vivir entre tantas muertes. 

jueves, 5 de octubre de 2017

                     



ROMERO



   Cada vez que observaba aquella foto se me removían las tripas. Luis, Pablo y yo posando felices cuando el mundo aún se dejaba comer, de blando. Fue inevitable sentir de nuevo aquel olor a tabaco de romero. El día que fue tomada la foto, los tres fuimos castigados. Cada uno por una razón diferente, pues no éramos amigos antes de aquel suceso. Sin embargo, lo que ocurrió después nos unió con una soga áspera y ruda, de esas que arañan al tacto. El secreto que escondía la cámara y las manos que la disparaban -las amarillentas manos de Bernard- firmaron nuestro pacto de escondida fraternidad. 

   Bernard era francés. Acababa de llegar a España desde Marruecos y consiguió trabajo en nuestra escuela como profesor de arte. Nadie conocía su pasado y a nadie parecía importarle. Todos lo conocían como "el artista", aunque nunca nadie había admirado, si quiera visto, sus obras. Siempre le colgaba al hombro, como un carcaj, la cámara de fotos con su trípode. Siempre con ese olor inconfundible en la chaqueta. Olor a romero. 
   Volviendo al día de la foto, recuerdo la flama que entraba por la ventana y el calor sofocante que desprendía la madera oscura en aquella sala del colegio; la cual usábamos como estudio de pintura, biblioteca, recreo los días de lluvia, refugio cuando algún padre bebía más de la cuenta o, tal era su función  aquel día, rincón de castigo. Era una habitación amplia llena de trastos, escaleras, armarios y telas que escondían a su vez más trastos. Ese día los biombos escondieron nuestra vergüenza. Bernard apareció por allí con  su inseparable cámara bajo la excusa de buscar unos pinceles. A esa hora se celebraba un partido de fútbol importantísimo para la liga regional y ninguno de los profesores, ni siquiera el director, se hizo cargo de nosotros.  La puerta cerrada y las ventanas con rejas eran medidas suficientemente disuasorias. Cuando vimos aparecer por allí al "artista" lo recibimos con los brazos abiertos; más aún  cuando nos propuso sacarnos unas fotos al aire libre. Las primeras de un largo y vergonzoso álbum de fotos. 

   Lo primero que hizo fue liarnos unos cigarrillos de los que él fumaba. Despedían un olor característico. No eran como los que fumaban los demás hombres del pueblo. Su olor te embriagaba. Si lo oliera ahora me produciría un profundo asco, en esa asociación que la memoria, porosa, escupe a nuestro olfato. Nos invitó a salir al exterior por una puerta que daba directamente al patio trasero. Una vez allí, nos colocó en fila delante del muro de ladrillos, nos puso los cigarrillos en la boca, los encendió con su mechero de gasolina y se parapetó detrás de la cámara. Nos dijo que pusiéramos cara de rufianes, de chicos malos. Al principio entre toses nos reíamos avergonzados. Aquello era divertido y a la vez peligroso. ¡La que nos iba a caer si nos pillaban fumando dentro de los muros del centro! Pero allí estábamos, dejándonos colocar por él, tocar por él, pervertir por él. Fumando como hombres "mayores". Posando para él. 

   Aquellos cigarros eran mágicos, pensábamos los tres inocentemente. El  sopor dominaba nuestros sentidos aletargados. Nos dejábamos llevar por una sensación agradable de sueño y caricias. Uno a uno fuimos posando  desnudos de ropa y voluntad detrás de los telajes de aquella sala de castigo. Nunca, ni el más ruin de los hombres, hubiera imaginado una penitencia tan cruel para un niño. Sin embargo, después de aquella tarde, cada vez que olíamos ese tabaco nos embargaba una sensación de querer más, de volver a abandonarnos al mundo real, de soñar distinto. Pero esas sensaciones, a veces dejaban secuelas de recuerdos y pesadillas que no entendíamos. Bernard  nos proporcionaba aquella delicia. Y, cuando nos dimos cuenta de su coste, no podíamos abandonarla. Irremediablemente enganchados a la sensación de abandono que nos ayudaba a soportar la miserable realidad de nuestras vidas en el pueblo. El curso acabó.  Bernard seguía trabajando en su estudio y nosotros visitándole. 

   Al año siguiente, mi hermana pequeña, Lucía, empezaba  a asistir a nuestra escuela. Todo era nuevo para ella en ese mundo de "mayores". Yo, orgulloso, la acompañaba de la mano para protegerla de las bromas y chanzas de los veteranos. Pero una tarde, al salir de clase, su olor me provocó tal malestar que decidí acabar con todo. Mis hermanos en la vergüenza estuvieron de acuerdo en hablar. Y hablamos. El olor que me abrió los ojos y  me achicó el corazón fue el que desprendían los cabellos de mi hermana. A romero.  


*Relato ganador del I Certamen de Relatos Índigo Crea Sevilla.










lunes, 26 de junio de 2017


  

LAS NIÑAS YA NO QUIEREN SER PRINCESAS 


           Al grito de: "¡La primera que se siente en el banco es princesa!" corrieron todas como locas a ganarse la corona. Rizos, lazos, volantes y alguna que otra horquilla cayeron por el camino. Todas menos Laura, la mayor además de la más ágil y veloz de la pandilla, quizás por aquello de ir libre de artificios. Sin moverse de su sitio, disimulando un picor en la rodilla y el despiste propio de aquellas órdenes que no quieren ser satisfechas, vio a las demás disputarse el primer puesto. Al fin, ralentizando su paso infantil, pero no por ello menos cansado, se sentó en el lado opuesto del banco y en voz bajita, apenas perceptible un orgullo inmenso, susurró: "... y aquí, el príncipe". 



sábado, 12 de noviembre de 2016




LA BIBLIOTECARIA


A las 12 en punto cierra "El Cafebook", una antigua biblioteca reconvertida en garito de moda, donde se funde cultura y gastronomía. Hace mucho tiempo, en aquel lugar,  ocurrió un trágico suceso. La leyenda urbana cuenta que el marido de la bibliotecaria, hombre rudo y celoso, fue asesinado por el guardia de seguridad, supuesto amante de esta, cuando se vio descubierto en pleno arrebato. Las crónicas de los periódicos, sin embargo, relataron en su día, que el marido, entró a robar usando las llaves de su mujer y el guardián lo pilló infraganti. Lo cierto es que dichos acontecimientos permanecen en el más absoluto misterio, debido a que  también aquella noche, durante la refriega , perdieron la vida el vigilante y la bibliotecaria. Ambos amantes de los libros.  

Esther, una de las empleadas del nuevo negocio, es siempre la encargada de cerrar el local de forma voluntaria. Sus compañeros de "El Cafebook" murmuran a sus espaldas y critican sus rarezas. Esther posee una belleza antigua y melancólica, aunque pálida y ojeruda. Nunca  le han conocido pareja; ni siquiera saben hacia que palo tiran sus gustos, si es que los tiene. A veces disponen para ella encuentros "casuales" con amigos, pero siempre parece aburrirse y acaba escabulléndose del lugar sin dejar rastro. No hace uso de sus días libres; es el comodín perfecto para cambiar turnos. Los demás, con sorna, le preguntan si cree que va a heredar la empresa. A lo que ella responde con una sonrisa burlona y un misterioso silencio, como poseedora de un alto secreto.

No es la primera vez que las cámaras de seguridad captan cómo Esther habla mientras hace su trabajo. La ven charlar a las sombras de los carteles del menú, a la barra y al infinito, sin más. Sus monólogos se interrumpen a veces con largos silencios pero atentas miradas y gestos en su rostro, como si participara de una interesante conversación. A veces sonríe, otras se aflige y a ratos se angustia. Se lleva horas y horas recolocando los libros cuidadosamente en sus estantes, en una labor metódica y disciplinada. Y todo sin parar de hablar, como solía hacerlo antaño Doña Esther, la bibliotecaria, con el vigilante. 


Imagen:
"Muchacha leyendo"
FRAGONARD


miércoles, 13 de julio de 2016








"El hecho es que hasta cuando estoy dormido 
de algún modo magnético 
circulo en la universidad del oleaje."   (Neruda)

LAGRIMAS DE SAL


La jornada prometía convertirse en un magnífico día de playa. Me sentía contenta de haber convencido a Cristina para acompañarme a una pequeña cala, a pocos kilómetros de nuestra ciudad. No fue fácil, ya que mi amiga llevaba un año consumida por la tristeza del luto. Un año desde que Manuel, su pareja desde el instituto, había perdido la vida en el mar. Desde entonces ella no había vuelto a pisar la arena. Yo creía estar preparada mentalmente para consolar sus posibles reacciones: una caída en la melancolía, lágrimas furtivas o una ataque de rebeldía a puñetazos con las olas hubieran sido escenas más que probables.  Sabía que últimamente había perdido las ganas de todo. Se sentía tan vacía y apesadumbrada que me costaba a veces sacarle, no ya una sonrisa, si no apenas una frase de más de cinco palabras. Se acercaron juntas a la orilla para saludar al ponto que flotaba revuelto y embravecido. Apreté fuertemente su mano cuando vi que las lágrimas comenzaron a escaparse de sus ojos. Quizás una, quizás diez, quizás mil -imposible saberlo- cayeron al agua salada mezclándose para siempre en una sola lágrima inmensa. La brisa secó su rostro y finalmente aflojó sus músculos. Tras aquella ceremonia, Cristina  parecía relajada  y dispuesta a disfrutar del bonito cielo azul que nos acompañaba. Yo me calmé también, convencida de que la idea no había sido tan mala, a pesar de todo. Pasamos las horas tumbadas al sol, hablando sin parar, sobre todo yo, fumando y bebiendo. Tras el almuerzo, el letargo se apoderó de nosotras, desconectamos las voces y cada una se quedó al amparo hermético de sus propios pensamientos; aunque presumo que iban en la misma dirección. 

Me quedé profundamente dormida con el susurro de la nana que cantaban las olas; la brisa parecía mecerlas con dosis elevadas de poderoso somnífero. En mi sueño, Neptuno me confesaba que se había enamorado de una joven que todas las noches de luna llena, con la disciplina de un ritual sagrado, se sumergía en sus aguas; él la acariciaba y ella se dejaba arrullar. Pero el Dios de las aguas quería más, quería poseer un rostro hermoso para enamorarla y flores para regalar. Yo le contestaba, con esa familiaridad inverosímil que regalan los sueños: "No necesitas tal cosa, esa  joven busca convertirse en espuma para quedarse contigo en el mar".  Confundida entre sueño y realidad, oí el tabaleo de una campanita atada a un carrito que,  empujado por un joven, anunciaba bebidas. Un viento súbito y desorientado hacía volar las blancas campanillas de las dunas sobre mi cabeza, enmarañando mi pelo en un remolino de arena y agua pulverizada. La sed me obligó a abandonar el sueño clamando por una botella de agua fresca. 

Busqué a Cristina para narrarle el extraordinario sueño que había tenido, pero no estaba. Sus cosas seguían junto a las mías. "No debe andar muy lejos" pensé relajada. Poco a poco la playa se fue quedando desierta, era la hora en la que el sol nadaba en el mar antes de acostarse y sin su altiva presencia comenzaba a refrescar. Me froté  los ojos, me envolví con la toalla  y giré de pie sobre mí misma buscándola.  Empezaba a preocuparme cuando algo llamó mi atención. Anduve hacia la orilla donde vi  conchas que brillaban y pétalos de flores que se mezclaban entre los cantos y restos de algas. El mar estaba en calma y Cristina salía de él con chispas  de sal sobre la piel y un ramillete de corales enganchado en su pelo. 



Imagen: 
Jack Vettriano. 

sábado, 2 de julio de 2016






PLANTADA



   Las paredes fueron testigos de las promesas. Mi intención era echar raíces. La tuya sembrarme de esperanzas. "Aún no" me dijiste y me hiciste prometer que te esperaría. Acepté. Me prometiste que volverías y me planté en el bordillo, confiada, para verte marchar. Sin volver la vista atrás escondiste tu espalda. Allí quedé.

   Las estaciones se turnaban una tras otra, inclementes, viéndome crecer.  Mis lágrimas y mis vecinos me regaban. Los niños jugaban bajo mi sombra en verano y los pájaros acompañaban mis noches. Soñaba con verte volver por el mismo camino. Soñaba con hacerme fuerte y salir un día de viento a buscarte. Soñaba tanto que me sequé. Las plagas hicieron el resto.

   Un día de sol quise entrar de nuevo y barrer aquellas palabras que seguían desparramadas por las baldosas como hojas secas. Pero no pude moverme. Alarmada vi como aquellas raíces tan deseadas se habían arraigado acosadas por el miedo. Me dejaste plantada. Necesitaba ayuda. Pero recordé que no tenía voz. Ya nadie se acordaba de mí, ni de mi aspecto.

   Hasta que un nuevo inquilino compró aquellas paredes. Era jardinero. Vio que aún estaba a tiempo de salvar mis brotes. "No te prometo nada" me dijo. Y confié.

domingo, 29 de mayo de 2016




"El lenguaje de las flores"


Se preciaba de conocer bien el lenguaje de las flores. De vez en cuando se sorprendía a sí misma hablándoles mientras las regaba, las trataba con mimo, como si le estuviera contando un cuento a un niño para animarlo a tomar verduras.  De pequeña su flor favorita había sido el jazmín, se identificaba con su olor fresco y joven. Al crecer fue inseparable de las margaritas, tan indecisas como ella: ahora sí, ahora no, ahora sí, ahora no... Un día sus ojos se fijaron en un chico que frecuentaba el café donde trabajaba, ¡Menudo gladiolo, que guapo es!. Desde el primer día que lo vió en aquella mesa, su rincón favorito de la cafetería, no dejó de colocar ramitos de violetas junto al azucarero, intentaba así llamar su atención. Lo consiguió, se conocieron, se amaron y acabaron uniendo sus vidas. El día de la boda llevó un trio de calas blancas a juego con su vestido, como Dios manda. En su hogar colocaba orquídeas de todos los colores por toda la casa, elegantes y alegres como su propia existencia. Durante mucho tiempo en su almohada nunca faltó una rosa roja al amanecer. Era muy feliz y por muchos años lo fue; tanto que su jardín pasó a un segundo plano. Los años pasaron rápidos. Pero llegó el día en que las rosas escaseaban en sus despertares; no eran tan rojas, les faltaba color y aroma. Igual que a sus secas conversaciones les faltaba algo de abono y riego. Con el hastío y los celos siempre rondando por su cabeza, optó por mostrarle sus sentimientos con ranúnculos y jacintos amarillos, no había otra forma, apenas coincidían en el espacio. Pero donde ella veía oportunidades él solo veía narcisos; la crisis de los cuarenta le llaman. Él acabó abandonando el jardín que ella había creado. Ella siguió regando y mimando sus plantas. Como si fueran los nietos que no le dieron los hijos que nunca tuvo. Así mismo dejó de regar el resto de sus ilusiones; no cultivaba amistades y dejó fluir el resto de sus días esperando un vendaval milagroso que la separara de su existencia. Ajada y consumida asumió su soledad, más visible y triste aún con el paso de los años. Ella nunca lo abandonó en sus pensamientos y nunca dejó de llevarle camelias blancas a su tumba. En la suya reposará sola y de por vida la corona de plástico gentileza de la funeraria.

Imagen: Emil Nolde

miércoles, 25 de mayo de 2016






"Entraré en la nada y me disolveré en ella"
José Saramago


TRÁNSITO 

La curiosidad le ganó el pulso a la inevitable levedad que sentía y se dejó arrastrar, como si huyera de algún viento travieso. Entró furtivamente evitando hacer ruido; sólo el silbido a su paso dejaba un murmullo hueco. Al principio se desplazaba despacio sin dejar de mirar atrás, pero su tránsito fue ganando confianza. Guiada por un mapa imaginario se dirigió directa al ventanal. La sala se orientaba al norte y allí estaban, frente a ella, no había duda, las ventanas de su infantil dormitorio; reconocía las cortinas de flores volando hacia la calle, su madre siempre las dejaba abierta por las mañanas para orear. ¿Cuántas  veces se había asomado por ella contemplando las grandes y luminosas vidrieras a lo lejos? ¿Cuántas mañanas había imaginado el interior coloreado de las estancias de aquel viejo palacio?  ¿Cuantas tardes de verano ensayaba piruetas al ritmo de la música que despedían aquellos ventanales abiertos? ¿Cuántas noches sus sabanas se convertían en vaporosas gasas que rozaban aquel suelo? ¿Cuánta vida ha pasado desde aquella infancia?   

Su cándida imaginación le había retratado un mundo onírico. Lo curioso era que nada le resultaba extraño, todo era tal y como lo había fantaseado. No sabe si sus pies pisaban aquellos vacíos suelos o eran sus alas las que le posaron en aquel salón, ahora frío y sin público. No entiende cómo se distrajo de su desdichado destino para hacer una parada en aquel lugar, tan lejano a su propio mundo pero tan presente en su vida. Aquello sí que era otra dimensión. Con la misma sensación de quien acaba de cumplir una promesa muchos años pospuesta continuó su tránsito y se alejó.

Su madre le decía que nadie debe abandonar el mundo sin ver antes realizado al menos uno de sus sueños. 




Imagen:  "Château des Singes"

domingo, 22 de mayo de 2016




UN DÍA GAFADO


Desde que puso el pie en el suelo aquella mañana -seguro que fue el izquierdo- la mala suerte le acompañó durante toda la jornada. Ya a medio día, la certeza de que la fecha estaba gafada, le configuró de algún modo su agenda. No quiso tomar ninguna decisión importante, ni aventurar ninguna empresa por temor a confirmar sus supersticiones. Anduvo despacio, habló lo justo, comió algo frío y apenas si tocó sus frágiles tesoros. "Mañana será otro día" pensó. Así que decidió dejarse llevar por las aguas del azar sabiendo que en algún momento, de pronto y sin avisar, su corriente la dejaría reposar en cualquier orilla tranquila. Pasada la media tarde, un encuentro con aquel personaje, tan fugaz en el tiempo como intenso en su conciencia, le dejó con el corazón bombeando ilusión por todas sus venas, en su fluir llegaba a regar su razón con inventadas esperanzas. Una sonrisa boba se apoderó de su semblante y pensó que todas las tribulaciones del día se veían recompensadas por dicho encuentro. "Bah, que tonta! Y  pensar que he creido que era un mal día....." En su imaginación comenzaron a desfilar como en un pase de diapositivas sus futuros encuentros con él, redactó con tinta invisible una relación ideal con apuntes desordenados y se vio escribiendo el primer capítulo de una apasionada novela, la suya. El día acabó como acaban todos los días, apagando luces y bajando párpados.  Después de aquel,  muchos llegaron con la suerte ya predestinada y, aunque se había tatuado su imagen en el pensamiento, no volvió a verlo. Las diapositivas se fueron velando y el papel de sus escritos transparentes amarilleando. Así pues no le quedó más remedio que reconocer que aquel día estuvo ciertamente gafado....


Imagen: Matt Webber. 

domingo, 15 de mayo de 2016




SEDUCCIÓN GEOMÉTRICA 

Fue contando las baldosas en el suelo a la vez que saltaba a la pata coja. Reposaba sobre las negras en un perfecto equilibrio para evitar caer en las blancas, representadas en su imaginación como el vacío de un pozo. Seducida  por la geometría de las estrellas de rombos y hexágonos se mareó y cayó en un confuso sueño de visiones celestiales y astros azules. Abrió los ojos despacio y sin moverse fue recorriendo con la mirada la historia sagrada que se le presentaba en fragmentos. Viñetas con vida propia, como en un cine panorámico. Una a una su cuello giraba ansioso por verlas todas, tanto que creyó que su cabeza se separaba del cuerpo y salía disparada como la hélice de un helicóptero para volar a contemplarlas de cerca.  Finalmente, cansada por el vuelo, se relajó, cerró los ojos y quedo dormida sintiendo todo un cielo estrellado protegiéndola. Despertó sintiendo un bullicio de susurros lejano, una voz familiar  y pasos de variadas suelas. Un grupo de ojos rasgados la observaba entre tiernas risitas y entre ellas su madre, de uniforme, la única que la miraba con los ojos muy abiertos y enfadados. Conocía esa mirada, la veía cada vez que cometía alguna travesura. Se levantó y se marchó saltando a la pata coja cayendo sobre las losetas negras.


Imagen:
Frescos de Giotto (siglo XIV)
Capilla de los Scrovegni. 

lunes, 9 de mayo de 2016



LOS LUNES AL SON



¡Monday, monday, so good to me.... monday, monday...! 

Desde el baño la radio sonaba lejana, distorsionada y sarcástica, como un demonio enjaulado en las ondas repitiéndose una y otra vez. Se miró en el espejo y el reflejo le devolvió una mirada burlona a punto de carcajearse de su patética imagen.

....monday, monday...! 

Después de quemarse con el agua de la ducha y percatarse del vacío del bote de gel, salió de la nube de vaho tanteando con manos y pies buscando la toalla. La encontró empapada, hecha una bola y oliendo a camarote del Arca de Noé. A la maquinilla de afeitar se le subieron los aires y se creyó guillotina. Las marcas en su piel daban constancia de que al menos lo había intentado. 

....monday, monday, so good....! 

La radio seguía sonando. La cafetera borboteaba a punto de explotar dejando lavas de café carbonizado por toda la vitro cuando un olor a quemado le recordó que había sacrificado la última rebanada en el infernal aparato. Suavizó el café quemado con la leche, tiró la chamuscada tostada y salió de casa. Retornó en el minuto uno al darse cuenta de que se había olvidado el móvil en la cocina. De paso cogería un paraguas;  goterones del tamaño de monedas de dos euros dibujaban lunares en la acera.  Comenzó a darle la vuelta a los bolsillos buscando las llaves. Al parecer el teléfono no era lo único que había olvidado.  

Mientras, la canción seguía sonando como una broma macabra y machacona dentro de su cabeza. 

....monday, monday.....!!! 

viernes, 6 de mayo de 2016




LA GARRAFA ROTA

Carlos no creía lo que acababa de ocurrir. Le dió mil vueltas a la garrafa y otras mil se convenció de que no había mucho que componer. Se chupó y relamió el pulgar una y otra vez,  como esperando una solución de su propia saliva. Pero acabó con el dedo y el corazón arrugado y esperando la reprimenda que le iba a caer encima.

"Sin duda mi madre se habrá despertado ya con el ruido, mi padre se va a enfadar muchísimo cuando vea que he roto la garrafa de uno de sus clientes. ¿Qué voy a hacer ahora?" pensó. 
Ya se veía castigado sin poder salir a jugar, sin postre y sin cuento de buenas noches. Las lágrimas empezaron a salirle despacio, de una en una, como las goteras del techo del trastero los días de lluvia. Su madre apareció por detrás con la bata a medio cerrar y sus fieles zapatillas puestas, esas mudas, discretas y sigilosas armas arrojadizas que usaba a veces para avisarle desde lejos de sus travesuras. 

-¡Dios mío! ..... ¿Que ha pasado aquí?.... Carlos ¿Que has hecho?- gritó en susurros su madre; ella sabía cómo hacerlo para no despertar a su padre - ¡Pero por el amor de Dios... Contesta!

Carlos notó que el goteo se iba convirtiendo en una cascada de lágrimas. Los mocos le ahogaban, su corazón se encogía por segundos y las palabras se le amontonaban en una bola que no sabía cómo expulsar de una forma creíble. Y así, gimiendo y tartamudeando sílabas inconexas, oyó el crujir de las escaleras. Su padre bajaba por ellas y estaba a punto de descubrir su faena. Y lo peor de todo: a punto de dar al traste con su sorpresa. 

- ¿Que pasa aquí? - preguntó bostezando - ¿Hay ladrones, ratones o ....??? Pero bueno.....!

Carlos en ese momento corrió a abrazar las rodillas de su madre. Si se hubiera abrazado a una columna habría valido lo mismo; su compasión se endurecía en momentos críticos, aunque sabía por experiencia que al final terminaba por ablandarse. No le quedaba mas remedio que confesar. Huir por la ventana y en plena noche no lo veía como una opción posible. No a su edad. 

- Yo sólo quería..., estaba preparando..., estaba en medio de la cocina y no lo vi... -balbuceaba Carlos, a la vez que intentaba sorberse las aguas turbulentas que no paraban de salirle por la nariz y los ojos. 

- Creo que esta vez del castigo no te libras.... ¡sinvergüenza! - dijo su madre apuntándole con el dedo, esta vez sin susurros.

- ¡Espera! - la cortó su padre - ¿Que es todo aquello en la mesa de la cocina? Y...¿Que hace el horno encendido? Y este olor..., uummmm... manzana y canela con un toque de miel... Espera, espera, esto no será...???

- Si papá .... Te estaba preparando una sorpresa. Come se que es tu favorita.... ¿Esperarás a castigarme después de tu fiesta de cumpleaños? -comentó con la boca pequeña, pequeñísima, casi cerrada, los ojos húmedos y la cabeza agachada. 

-¿Castigarte? - preguntó con una sonora carcajada- No hijo, no. ¿Cómo voy a castigarte por preparar mi bizcocho favorito? Además, la garrafa ya estaba rota, no tenía arreglo. La tenía justo en medio para recordar que tenía que sustituirla mañana a primera hora. 

Carlos cambió del llanto a la risa en cuestión de segundos. El peso de la conciencia le aligeró los tobillos y empezó a dar saltos alrededor de sus padres.  De pronto un olor a bizcocho recién horneado invadió la estancia endulzando la escena. 

- ¡ Uuummm, que bien huele!! - Dijeron riendo los tres a la vez. 

Y colorín colorado...... 

Imagen: "La garrafa rota" de Joseph Bail

sábado, 30 de abril de 2016




UNA NOCHE LOCA

Tras una noche de barras largas y recuerdos cortos lo único claro que veía eran las sabanas blancas del hotel. Lo ultimo que recordaba era el tintineo de los hielos en la copa, los mismos que al despertar le martilleaban la cabeza como si el Titanic chocara contra el iceberg una y otra vez. El tabaco en la mesilla, la cabeza de tinte rubio en la almohada, la pared desconchada, el olor agrio de su ropa y sombreretes de lentejuelas y boas de plumas chillonas colgando del cuadro de un paisaje invernal sin firma de autor era todo lo que alcanzaba a ver sin sus gafas. Se levantó y fue directo a la ventana. Las vistas del callejón no le desvelaban mucha información de dónde estaba pero descartó por completo que fuera un barrio selecto. Gatos y vagabundos se hacían dueños de los contenedores de basura. Se avivó el rostro con agua fría (el lavabo no le daba otra opción) y se fue vistiendo despacio intentando no hacer ruido para no despertar a la bella durmiente desconocida y a quien no tenía intención de conocer. Salió y cerró la puerta no sin antes echar un último vistazo a la escena que dejaba atrás. Metió la mano en el bolsillo para coger un cigarro y se encontró con un papel doblado cuya letra le resultó familiar, lo leyó y sonrió llevándoselo a la frente. "No te olvides de recoger a los niños de casa de tu madre. Te veo luego en casa, me llevará un rato quitarme el tinte rubio".

Imagen: Jack Vettriano.

viernes, 22 de abril de 2016





RUBOR AZUL


Un marinero le preguntó a su nieto:
 "¿sabes porqué es azul el agua del mar?"
El chiquillo le ofrecía respuestas lógicas aunque no llegaban a satisfacer al anciano.
El abuelo le preguntó de nuevo, pero esta vez al oído, de forma confidencial le susurró:
 "¿que notas en tus mejillas cuando esa chica de las trenzas te mira, te habla, se sienta a tu lado en el pupitre?"
El niño sintió de pronto sus mejillas arder. El abuelo, sonriendo, le puso un espejito delante.
"Mírate" le dijo. "Es rubor, debajo de tu piel hay sangre, por eso el color."
El muchacho atónito no entendía...
El abuelo continuó :
"la sangre que fluye por el mar es transparente, pero el cielo le presta su color cuando lo toca, igual que tú tomas prestado el corazón de esa chica por un instante".

jueves, 21 de abril de 2016






EL BAILE DEL "CHASQUITO"


Daniel recibío su llamada una hora antes de acabar su jornada laboral, lo que hizo que acelerara su salida del despacho. Había soñado con ese momento mil veces y resultaba imposible ya concentrarse en la contabilidad ni un minuto más. Disfrutaba fantaseando con que fuera ella, "la diva", la que cayera rendida ante él, al menos ante las docenas de rosas que hacía llevar a su camerino cada noche después de su actuación en el teatro. Lina era una buena cantante con una presencia que llenaba la escena. Sus movimientos eran sinuosos aunque torpes, pero su voz y su escote ocultaban sus carencias danzarinas. El, sin embargo, había sido y seguía siendo un gran bailarín. Nunca había tenido mucho éxito con las mujeres, su físico mediocre y su falta de desparpajo le hacían retroceder ante cualquier muchacha a la hora de entablar una conversación. Sin embargo, en las fiestas, las chicas se lo rifaban para lucir palmito en la pista. Nadie como él sabia moverse y hacer volar al son de la música a su acompañante. Bailando se sentía otro, no era el mismo; era como si el espíritu de Shiva lo poseyera mientras duraba la música  haciéndose dueño de sus piernas y brazos. Cuando paraba la canción Daniel se transformaba de nuevo en el anodino y aburrido tipo que solía ser en reposo y sus parejas de baile volvían a alejarse de él como harían las gotas de agua en un parabrisas en la fase final del túnel de lavado.

Lina lo había citado en su propio domicilio, lo cual le hizo fantasear aún más sobre el motivo de su cita. Llegó cinco minutos antes de la hora, perfumado y vestido para la ocasión soñada. Nervioso y acalorado llamó al timbre. Le abrió la doncella.

-Pase, por favor, la señora le espera en sus aposentos. Acompáñeme.

El lento ascenso de la doncella por las escaleras le aceleraron aún más el pulso. Intentaba adelantarla zigzagueando por detrás suya a lo Fred Astaire, mientras, la muchacha respondía ralentizando su paso con sonrisa burlona y aire de gran señora. Finalmente llego a la habitación de su adorada diva.

Allí lo esperaba ella, radiantemente vestida para estar por casa con un mantón de seda bordado, regalo de un empresario japonés encandilado.  Reclinada en su maravilloso sofá de terciopelo "rojo sangre" se incorporó un poco, lo suficiente para dejar al descubierto uno de sus hombros. "Esto va a ser divertido" pensó ella al verlo entrar. Sin poder disimular su nerviosismo, el galán, deslumbrado por su glamuroso atuendo, fue a su encuentro convencido de que aquella noche besaría algo más que unas suaves manos. Tras un intercambio de palabras de cortesía, ella se disculpó por citarlo allí en lugar de hacerlo en un lugar público. Daniel, lejos de mostrarse intimidado, le confesó que estaba encantado y sorprendido. Notó en sus manos la humedad incómoda del nerviosismo. Su mente, tan soñadora y pasional unos minutos antes, se había quedado en blanco y no lograba articular palabra para conversar; tampoco quería romper el hechizo de verse allí a solas con ella. La mujer, viendo aburrida cómo entre las virtudes de su invitado no aparecían la oratoria ni el ingenio, decidió pasar directamente a la acción, al fin y al cabo para eso lo había hecho venir. Cambió de postura y se inclinó hacia delante para tomar sus manos, pensando que así no podría negarse a sus peticiones. El, se las tomó a la vez que, cerrando los ojos para ahuyentar la vergüenza de su atrevimiento,  acercó su boca a la de ella para propinarle un beso. Ella, viéndolo venir, torció  la cabeza y su boca quedó a la altura de su oreja. Le susurró algo al oído mientras el continuaba con los ojos cerrados y sus morros apretados. A medida que la escuchaba sus ojos y su boca se iban abriendo alucinados. No creía, no imaginaba. Había soñado bien alto y finalmente había caído en la cuenta dañándose gravemente en la bajada su amor propio. "¿Cómo podía haber sido tan tonto? ¡Qué iluso!" pensó. A punto de estallar de ira y olvidando su educación le espetó:

- Que... Que te... Que te enseñe a... ¿¿¿Que  te baile qué???


Imagen: George Owen Wynne Apperley.