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lunes, 26 de junio de 2017


  

LAS NIÑAS YA NO QUIEREN SER PRINCESAS 


           Al grito de: "¡La primera que se siente en el banco es princesa!" corrieron todas como locas a ganarse la corona. Rizos, lazos, volantes y alguna que otra horquilla cayeron por el camino. Todas menos Laura, la mayor además de la más ágil y veloz de la pandilla, quizás por aquello de ir libre de artificios. Sin moverse de su sitio, disimulando un picor en la rodilla y el despiste propio de aquellas órdenes que no quieren ser satisfechas, vio a las demás disputarse el primer puesto. Al fin, ralentizando su paso infantil, pero no por ello menos cansado, se sentó en el lado opuesto del banco y en voz bajita, apenas perceptible un orgullo inmenso, susurró: "... y aquí, el príncipe". 



domingo, 15 de mayo de 2016




SEDUCCIÓN GEOMÉTRICA 

Fue contando las baldosas en el suelo a la vez que saltaba a la pata coja. Reposaba sobre las negras en un perfecto equilibrio para evitar caer en las blancas, representadas en su imaginación como el vacío de un pozo. Seducida  por la geometría de las estrellas de rombos y hexágonos se mareó y cayó en un confuso sueño de visiones celestiales y astros azules. Abrió los ojos despacio y sin moverse fue recorriendo con la mirada la historia sagrada que se le presentaba en fragmentos. Viñetas con vida propia, como en un cine panorámico. Una a una su cuello giraba ansioso por verlas todas, tanto que creyó que su cabeza se separaba del cuerpo y salía disparada como la hélice de un helicóptero para volar a contemplarlas de cerca.  Finalmente, cansada por el vuelo, se relajó, cerró los ojos y quedo dormida sintiendo todo un cielo estrellado protegiéndola. Despertó sintiendo un bullicio de susurros lejano, una voz familiar  y pasos de variadas suelas. Un grupo de ojos rasgados la observaba entre tiernas risitas y entre ellas su madre, de uniforme, la única que la miraba con los ojos muy abiertos y enfadados. Conocía esa mirada, la veía cada vez que cometía alguna travesura. Se levantó y se marchó saltando a la pata coja cayendo sobre las losetas negras.


Imagen:
Frescos de Giotto (siglo XIV)
Capilla de los Scrovegni. 

viernes, 6 de mayo de 2016




LA GARRAFA ROTA

Carlos no creía lo que acababa de ocurrir. Le dió mil vueltas a la garrafa y otras mil se convenció de que no había mucho que componer. Se chupó y relamió el pulgar una y otra vez,  como esperando una solución de su propia saliva. Pero acabó con el dedo y el corazón arrugado y esperando la reprimenda que le iba a caer encima.

"Sin duda mi madre se habrá despertado ya con el ruido, mi padre se va a enfadar muchísimo cuando vea que he roto la garrafa de uno de sus clientes. ¿Qué voy a hacer ahora?" pensó. 
Ya se veía castigado sin poder salir a jugar, sin postre y sin cuento de buenas noches. Las lágrimas empezaron a salirle despacio, de una en una, como las goteras del techo del trastero los días de lluvia. Su madre apareció por detrás con la bata a medio cerrar y sus fieles zapatillas puestas, esas mudas, discretas y sigilosas armas arrojadizas que usaba a veces para avisarle desde lejos de sus travesuras. 

-¡Dios mío! ..... ¿Que ha pasado aquí?.... Carlos ¿Que has hecho?- gritó en susurros su madre; ella sabía cómo hacerlo para no despertar a su padre - ¡Pero por el amor de Dios... Contesta!

Carlos notó que el goteo se iba convirtiendo en una cascada de lágrimas. Los mocos le ahogaban, su corazón se encogía por segundos y las palabras se le amontonaban en una bola que no sabía cómo expulsar de una forma creíble. Y así, gimiendo y tartamudeando sílabas inconexas, oyó el crujir de las escaleras. Su padre bajaba por ellas y estaba a punto de descubrir su faena. Y lo peor de todo: a punto de dar al traste con su sorpresa. 

- ¿Que pasa aquí? - preguntó bostezando - ¿Hay ladrones, ratones o ....??? Pero bueno.....!

Carlos en ese momento corrió a abrazar las rodillas de su madre. Si se hubiera abrazado a una columna habría valido lo mismo; su compasión se endurecía en momentos críticos, aunque sabía por experiencia que al final terminaba por ablandarse. No le quedaba mas remedio que confesar. Huir por la ventana y en plena noche no lo veía como una opción posible. No a su edad. 

- Yo sólo quería..., estaba preparando..., estaba en medio de la cocina y no lo vi... -balbuceaba Carlos, a la vez que intentaba sorberse las aguas turbulentas que no paraban de salirle por la nariz y los ojos. 

- Creo que esta vez del castigo no te libras.... ¡sinvergüenza! - dijo su madre apuntándole con el dedo, esta vez sin susurros.

- ¡Espera! - la cortó su padre - ¿Que es todo aquello en la mesa de la cocina? Y...¿Que hace el horno encendido? Y este olor..., uummmm... manzana y canela con un toque de miel... Espera, espera, esto no será...???

- Si papá .... Te estaba preparando una sorpresa. Come se que es tu favorita.... ¿Esperarás a castigarme después de tu fiesta de cumpleaños? -comentó con la boca pequeña, pequeñísima, casi cerrada, los ojos húmedos y la cabeza agachada. 

-¿Castigarte? - preguntó con una sonora carcajada- No hijo, no. ¿Cómo voy a castigarte por preparar mi bizcocho favorito? Además, la garrafa ya estaba rota, no tenía arreglo. La tenía justo en medio para recordar que tenía que sustituirla mañana a primera hora. 

Carlos cambió del llanto a la risa en cuestión de segundos. El peso de la conciencia le aligeró los tobillos y empezó a dar saltos alrededor de sus padres.  De pronto un olor a bizcocho recién horneado invadió la estancia endulzando la escena. 

- ¡ Uuummm, que bien huele!! - Dijeron riendo los tres a la vez. 

Y colorín colorado...... 

Imagen: "La garrafa rota" de Joseph Bail