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jueves, 28 de junio de 2018




EL PARTIDO SE JUEGA EN CASA





   Se acerca la hora de la gran final y los nervios llevan a Pilar en volandas de un lado a otro de la casa. No quiere perderse un solo detalle cuando empiece el partido. No es que le entusiasme el fútbol; podría decirse incluso que lo odia. La de veces que le ha fastidiado un domingo cuando mas a gusto estaba en la playa. Por no decir de aquellos lunes en los que el equipo de Antonio había perdido y andaba con un humor de perros. No le gusta el fútbol, es cierto, pero la ocasión merece su esmero.

   A su hijo Quique le apasionaba el fútbol tanto como a su padre, pero lejos de compartir afición por el mismo equipo, la costumbre de llevar la contraria le llevó a hacerse socio del equipo rival. No es lo único que los diferenciaba. Además del fútbol, había tantos temas espinosos entre padre e hijo como circunstancias habituales rodean la vida de una familia cualquiera. Ella zigzagueaba entre uno y otro echando cubos de agua fría para aplacar los ánimos y quitarle hierro a los conflictos. Pero lo único que conseguía era oxidar el ambiente. El hierro seguía candente: quemando al orgulloso padre y avivando la rebeldía del joven que, harto ya de escuchar reproches, se aislaba cada vez más tiempo en el submundo de su ordenador. Una realidad virtual que lo mantenía alejado del contacto físico que tanto aborrecía. Atrás quedaban los juegos de chapas que entre los dos decoraban, las interminables horas en el parque peloteando entre dos árboles, las tardes de lluvia en casa, hombro a hombro, repasando álbumes de cromos de la liga. Quique crecía y se alejaba, como si su cuerpo, al hincharse, reclamara un espacio propio e independiente. 

   El papel de árbitro empezaba a aburrirla, ya que a medida que pasaban los años iba creciendo entre ellos un muro donde acampaba la hiedra. Un laberinto de comunicaciones frustradas, orgullo e intolerancia. Ella trataba de derribarlo día a día, crear atajos, dar pistas, abrir un hueco para que la corriente de afecto hiciera su trabajo. Hubiera necesitado un buen martillo y unas tijeras, y no precisamente para hacer caer la piedra o cortar la planta. Con gusto les hubiera ablandado las cabezotas a golpe de cincel, para luego  atarles una cuerda alrededor del cuello y enderezarlos. Una segunda oportunidad de enmienda. O las que hicieran falta. 

   A falta de 10 minutos para que empezara el partido la mesa del salón se había convertido en un santuario de patatas fritas, croquetas y chacinas. Que no faltara de nada. Así no tendría que levantarse durante las dos horas que pasarían delante de la pantalla. Incluso colocó una cubeta llena a rebosar de hielos para los botellines. No se lo podía perder por nada del mundo. Rezó para que la goleada fuera épica y sobre todo para que la victoria de “La Roja” les llevara al éxtasis final. Si con cada gol había un abrazo entre padre e hijo, el triunfo del equipo nacional los unía en saltos de concordia. Ella no se uniría a la fiesta. Prefería conservar el instante en la retina y atesorar la esperanza de ablandar el terreno donde, al día siguiente, padre e hijo volverían a levantar su muro.

jueves, 23 de noviembre de 2017





UN FUNERAL DE CIRCO



   En el velatorio de  mi padre la casa se llenó de gente. Jamás nuestro oscuro salón estuvo tan concurrido y con tanto color. Había hombres con levitas rojas,  mujeres con lentejuelas, , ancianas pintarrajeadas y niños elásticos, entre otros extravagantes personajes. Leones, elefantes y perritos pizpiretos pisoteaban el césped del jardín sin que a nadie pareciera extrañarle. Todos lamentaban su muerte,  incluso más que mi propia madre, que no daba crédito a lo que veían sus llorosos ojos. Aquellos que parecían ser sus amigos gritaban y se zampaban los canapés del buffet como si no hubieran comido en años, entre moqueos y sollozos. Yo lo miraba todo con asombro de niño, encantado del espectáculo y deseando unirme a aquella algarabía;  hasta que mi madre me soltó una colleja para que me comportara como debía. 

   Mi padre siempre me pareció una persona aburrida y estirada, casi tanto como mi madre. Viajaba mucho y apenas paraba en casa. Y cuando lo hacía, mi madre me pedía que lo dejara tranquilo, que era un hombre muy importante y necesitaba descansar en silencio y total oscuridad. Siempre pensé que no me querría hasta que me hiciera mayor y dejara de alborotar cerca suya. Nunca disfruté de su compañía. 


   Por eso, cuando el señor con extraños bigotes y el niño pequeño con cara de viejo depositaron sobre el ataúd la nariz de un payaso, y aquellos personajes comenzaron a aplaudir a manos llenas, solté una sonora carcajada seguida de un lastimero aullido. Todos me miraron con ternura viendo en mí la continuación de una saga. La verdad es que no sabía si debía reír o llorar. 



Pintura de Margaret Keane. 

domingo, 24 de septiembre de 2017




CIRCULARIDAD



   Como cada día, Doña Rosa levanta con dificultad el brazo para ser vista por el conductor del autobús, bonobús en mano. Hoy el C4 ha llegado antes que el C2. Su cojera, la cual exagera dependiendo del momento, le ayuda a que siempre alguien le ceda el asiento. Una vez colocada, recorre con la mirada los asientos contiguos y da los "Buenos días". Si el vecino de asiento le devuelve el saludo, entabla conversación de inmediato. Habla del tiempo, de lo mala que está la vida y de su nietos, lo estudiosos que son. A los hijos apenas los nombra, sobre todo después de "aparcarla" en aquella residencia donde dice que "solo hay viejos". De quién sí habla mucho es de su marido "al que Dios tenga en su gloria". 

   A Don Antonio no parece afectarle mucho la subida de la luz de la que se quejan Doña Rosa y Estefania, que intenta darle de mamar a Luisito, ya que está con los ojos puestos en otras latitudes. Luisito, una vez saciada su hambre, se dedica a tirarle de la trenza a la chica que va de espaldas, Elena, que se estrena este año en la facultad de periodismo. Doña Dolores, que suele hacer honor a su nombre quejándose de esto y lo otro continuamente, se ofrece voluntaria para sujetarlo mientras la mamá se coloca el pecho de nuevo a buen recaudo de miradas ajenas. Al alzar la vista, Estefania cruza la mirada con el conductor, Pedro, que a su vez le guiña un ojo. Mercedes, que acaba de separarse de su marido, observa el guiño de Pedro y, como por coquetería no lleva las gafas puestas, cree que va dirigido a ella. Se levanta de su asiento justo cuando Pedro da un frenazo y va a caer a los brazos de Wualele, que suelta su petate de bolsos de Carolina Guerrera para sujetarla. Mercedes se lo agradece comprándole uno. Le paga con un billete de 20€ donde va apuntado su teléfono. Al fondo, Jin Tsuo, ve  la escena y recuerda que Wualele le debe dinero. A empujones se va abriendo camino hasta llegar al nigeriano y le arrebata el billete. Mercedes se sonroja de nuevo y disimula mirando por la ventanilla. Sonríe. Su amiga Rocío acaba de subir y tiene mucho que contar de los nuevos vecinos. 

   Doña Rosa prefiere los días entre semana. Son más entretenidos, dice. Hay días que cuenta lo mismo varías veces, tantas como pasajeros pasan por el asiento de enfrente. Aunque hoy parece que ha tenido suerte. Doña Dolores, a quien acaba llamando cariñosamente Lola, no piensa bajarse del autobús hasta la hora de comer. Ya han tocado todos los temas de interés común: operaciones, medicamentos, recetas de cocina, telenovelas y por supuesto a la  Pantoja. "¡Se acabó el billete!" exclaman al llegar a sus paradas. Han quedado mañana en bajarse, para desayunar juntas, en la Ronda de Capuchinos, "donde los calentitos". Y el autobús sigue circulando…


* Relato finalista en la XII Concurso literario  por la movilidad sostenible.












domingo, 13 de agosto de 2017



AVERNO



   En la ciudad Averno la lucha diaria comienza enjuagando el letargo de noches en vela. El sudor se disfraza y se pule para dejar sitio a nuevas gotas. El comienzo del día se espera ajetreado; andar con prisas por bregar y trajinar antes de que el sol se desperece y acumule fuerza en su subida. Porque todo es pesadilla cuando el sol se alza implacable, difuso y tórrido. 

   Aquellos que lo saben tienen prisa por desaparecer de su vista, de esconderse, ya conocen los demonios que habitan sus huecas calles. Las almas deambulan acaparando sombras; luces cegadoras se reflejan sobre las paredes blancas haciéndolas arder a la vista, por eso huyen de anchas calles y se refugian en estrechos lugares donde el sol, consciente de su tamaño, no cabe. Teme quedar atrapado por sus sombras. Sabandijas sin disfraz recorren la ciudad adueñándose de ella. Los tarados andan a sus anchas sin que nadie los moleste. Ajenos sus sentidos, atrofiadas mentes sin temor al maldito. El miedo no escapa de las casas oscuras y dormidas, sólo se protege. Sedientos, los cuerpos extranjeros calman su curiosidad en palacios ajenos pagando un tributo a una fuente y a un jardín en sombras. Como si el asfalto no los esperara a la salida tarde o temprano. Expuestos a sus dañinos efectos de forma voluntaria. Sin remedio. Los paisanos que no pueden escapar al castigo saben moverse al son de un paso lento y pausado, para no llamar la atención del maldito y no caer rendido a su calor. Saben camuflarse como soldados en el desierto. 

   Unicamente al anochecer, cuando el sol se acuesta y los cuerpos respiran aliviados salen los supervivientes. La ciudad entonces recoge sus pedazos derretidos y deformes y los vuelve a amoldar a su antojo. A oscuras. Respirando tinieblas, anhelando el relente. Así día tras día, noche tras noche, en un verano eterno que parece no tener fin. 


lunes, 26 de junio de 2017


  

LAS NIÑAS YA NO QUIEREN SER PRINCESAS 


           Al grito de: "¡La primera que se siente en el banco es princesa!" corrieron todas como locas a ganarse la corona. Rizos, lazos, volantes y alguna que otra horquilla cayeron por el camino. Todas menos Laura, la mayor además de la más ágil y veloz de la pandilla, quizás por aquello de ir libre de artificios. Sin moverse de su sitio, disimulando un picor en la rodilla y el despiste propio de aquellas órdenes que no quieren ser satisfechas, vio a las demás disputarse el primer puesto. Al fin, ralentizando su paso infantil, pero no por ello menos cansado, se sentó en el lado opuesto del banco y en voz bajita, apenas perceptible un orgullo inmenso, susurró: "... y aquí, el príncipe". 



jueves, 9 de febrero de 2017









EL ARMARIO DE LOS SENTIDOS


   Cada cierto tiempo, Lucia abría el armario para airearlo. Ventilaba así los tiempos remotos que escondían aquellas texturas, colores y olores allí almacenados de infinidad de recuerdos. No tenía esqueletos escondidos, todo lo que allí conservaba era parte de su biografía: algunos recuerdos añejos, muchos dulces y también amargos, pero todos y cada uno de ellos le contaba una historia. Lentejuelas, lazos, botones... todos habían tenido su momento de gloria, arrebato o caída en picado hacia el desaliento. Todos revivían de algún modo sus sentidos. 


   Lo primero que vio fue la estola de color violeta. La sacó y se la echó por los hombros, Como aquella noche otoñal, recién cumplidos los dieciocho años, cuando Ramón, el chico por el que suspiraban la mayoría de las ingenuas jóvenes del barrio, le declaró abiertamente su pasión por su primo, un atlético aspirante a bombero. Aquello sí que fue una salida del armario a lo grande.  La dejó temblando como un flan,  no solo por el frío que pasó tras lanzársela a la cara, despechada;   también por la sensación de ridícula ilusión que se había formado con sus desmedidas atenciones y halagos, motivados por su propio interés. "¡Qué tonta! No haberme dado cuenta antes..." pensó. 


   Del suelo rescató una cinta escarlata que había caído. No pudo contener la risa al recordar como Pedro, su primer novio formal, se había entretenido largo y tendido en deshacer los más de veinte pequeños lazos que decoraban la espalda de aquel vestido negro. El pobre no sospechaba que simplemente bajando una cremallera, escondida en el costado, se habría ahorrado un tiempo precioso de seducción. Lucia sonríe al acordarse de su cara, indignado por la cursilería femenina, mientras, mitad en serio, mitad en broma, reclamaba un libro de instrucciones para los vestidos de las mujeres. "¿Para qué tanto lazo si no atan nada?", se quejaba. 


   Al guardar el lazo en la caja de hojalata se topó con un botón de nácar de una antigua chaqueta de Pablo; aquel que, enganchado en los flecos de su bordado mantón de Manila, le unió para siempre con el que durante veinte años fue su marido. Recuerda la fingida torpeza con la que él intentaba desenredarlo, enredándolo aún más, sin llegar nunca a buen fin para, como reconocería meses después, poder permanecer a su lado toda la noche. Ella acabó por admitir que tampoco había usado la tijerita que llevaba en el bolso. "Unidos por un fleco y un botón", proclamó el párroco que los unió en matrimonio, como anécdota a su particular historia. A su feliz historia de amor. Se guardó el botón en el bolsillo de su bata afelpada, donde llevaba siempre la alianza de Pablo. Cuando murió no quiso adaptársela a su propio dedo. Pensaba que al pasar por el taller perdería la esencia que aún guardaba de él. Cuando le asaltaba la melancolía, se la ponía en el dedo corazón de la misma mano donde llevaba la suya y la giraba lentamente. Sentir las dos alianzas rozarse la reconfortaba. "Un año ya..." pensaba mientras acariciaba el botón. 


   Un olor dulce y suave, como a polvo de talco le hizo levantar la vista hacia el estante superior donde guardaba la toquilla de lana, color hueso ahora, antaño blanca, donde cobijó, arrulló y dió calor a sus tres hijos. Aspiró la lana largo tiempo hasta que la humedad en sus mejillas la colmó de añoranza. No pudo contenerse, dejó el armario abierto de par en par y se lanzó volando a llamar por teléfono. 


- ¿Dígame?- Contestó una vocecita desdentada desde el otro lado del auricular. 


- ¡Hola preciosa! Soy la abuela....



Imagen: 
"El armario abierto"
Howard Gardiner Cushing

jueves, 6 de octubre de 2016




ZAPPING

Hay días que me gustaría usar el mando de la tele a la inversa. Es decir, hacia mí misma. Zapping hipnótico. Deberían usarlo los terapeutas en su consulta. 

Como me gustaría verme a mí misma en una cinta de 8mms, y al más puro estilo Hollywood empinarme una botella de Bourbon a palo seco, hasta la última gota, para luego lanzarla contra el espejo que hay sobre la chimenea. ¡Debe de ser muy reconfortante! Pero nunca he tolerado bien el alcohol y solo pensar en la resaca ya me dan náuseas... Y tampoco tengo chimenea.

Podría intentar viajar en el tiempo  y aparecer en una de esas películas de ciencia ficción donde a golpe de chip o trasplante de materia gris acabo de un plumazo con depres, pasados insolubles y demás fastidios de la vida mortal. Pero se me hiela la sangre nada más pensar en lo frio que debe ser ese paisaje deshumanizado. Además, me recuerda demasiado a los anuncios de lejía... Y a que tengo que fregar el cuarto de baño. 

Si viviera en Nueva York podría dar un paseo por Central Park haciendo footing o paseando al perro. Suele ser un recurso muy recurrente cuando el protagonista tiene el bajón de hipocretina  y así, entre paisajes otoñales, pistas de hielo, caídas y puestos de perritos calientes (me refiero a los comestibles no a las mascotas), por arte de magia acaba conociendo al amor de su vida (aunque él o ella no sé de cuenta hasta el final de la película) y todo es maravilloso mientras suena la música de Bacharach de fondo. Pero solo pensarlo me cansa; además no tengo zapatillas de correr... Ni perro. 

Tanto imaginar me ha dado un hambre terrible de realidad. Me conecto a las Redes sociales. A ver qué cuentan. Políticos, más políticos, frases de perogrullo, animales maltratados, violencia, discursos de autoayuda, más políticos, parejitas felices, niños felices, padres felices, mensajes vacíos lanzados a un precipicio desorbitado. Censura.  Demasiada realidad hay por aquí. No duro ni veinte minutos conectada.

Necesito  reinventarme, escribir, soñar, vivir otra vida. Me aburro, estoy bloqueada y se me agota la imaginación. Quiero salir de este reality que no sé si denominar dramón o película de terror. De suspense y de aventuras tiene poco. Nada me gustaría más que vivir rodeada de emociones. 

¿Y si me sentara delante del televisor a ver maratones de películas tipo Indiana Jones o El Señor de los Anillos mientras me zampo un helado talla XXL? En las pelis funciona. (Ahora vuelvo...) ¡Nada! No tengo en la nevera ni un mísero yogur caducado. Creo que va siendo hora de dejar el Olimpo del cine y hacerle una visita al Supermercado. ¿Quién sabe? ¿Cuántas películas se habrán rodado entre los pasillos de un supermercado? A lo mejor es mi día de suerte y entre la mantequilla y el aceite...


miércoles, 31 de agosto de 2016



“Las lágrimas que no se lloran, ¿esperan en pequeños lagos?
¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza? 

(Pablo Neruda)




DIAMANTES 


   Cuando despertó aquella mañana de primavera quiso creer que todo había sido un mal sueño. Que era un día cualquiera de la semana y él había madrugado para llegar temprano al trabajo, como de costumbre. Que igual estaba conduciendo y no le había podido telefonear para despertarla, como de costumbre. Que no había encontrado ningún lápiz para escribir la frase con la que le sorprendía diariamente, como de costumbre. Pero era domingo y él no trabajaba los domingos. La despertó un rayo de sol que entraba por el hueco de la cortina, no la despertó su teléfono. La primera frase que leyó en el día fue el vacío de su bloc de notas. El mismo vacío que notó al otro lado de la cama. El mismo que sintió cuando al consultar su móvil no vio ninguna llamada perdida. Vacío que se fue apoderando de ella. Lentamente. Invadiendo su mañana, su tarde, su noche. Y así un día tras otro. Poco a poco se fue acostumbrando a que sus costumbres fueran cambiando. Y con ellas su alma, que a su vez, se fue secando. 

   El verano fue cediéndole horas al otoño. Los días se acortaban y las hojas caían de los árboles a la misma velocidad que las del calendario. Cuando despertó aquella mañana otoñal notó que  algo  cambiaba. Abrazaba gustosa el rayo de sol que entraba por el hueco de la cortina. El mismo que últimamente la despertaba y que tanto aborrecía. Se estiró en la cama con los brazos en cruz y no notó el frescor de las sabanas de días atrás. Su propio cuerpo y el mismo sol lo calentaba. Leyó la frase que había dejado escrita la noche anterior. Había creado su propia costumbre de dejar un poema escrito antes de dormirse, para leerlo por las mañanas como un reto, con voluntad de cambio, terapia positiva. Uniendo letras de placeres olvidados. Poesía. 

   ¿Y si las lágrimas que no se lloran en vez de esperar en pequeños lagos, como se preguntaba Neruda, formaran gotas de lluvia y cayeran para empapar las almas? ¿Y si esos ríos invisibles en vez de correr hacia la tristeza vinieran de vuelta dejando atrás la melancolía? Dispuesta a salir de dudas cogió su rebeca y se quedó en el jardín, esperando pacientemente a que la anunciada lluvia cayera. Las nubes se fueron formando cada vez más oscuras, tapando el mismo sol que antes abrazó con gusto al despertar. Y poco a poco, una a una, las gotas fueron cayendo dejando la hierba asperjada de diamantes efímeros. Lloró lágrimas no lloradas,  de esas que no poseen fecha de caducidad, y con ellas empapó de nuevo su alma. 


miércoles, 13 de julio de 2016








"El hecho es que hasta cuando estoy dormido 
de algún modo magnético 
circulo en la universidad del oleaje."   (Neruda)

LAGRIMAS DE SAL


La jornada prometía convertirse en un magnífico día de playa. Me sentía contenta de haber convencido a Cristina para acompañarme a una pequeña cala, a pocos kilómetros de nuestra ciudad. No fue fácil, ya que mi amiga llevaba un año consumida por la tristeza del luto. Un año desde que Manuel, su pareja desde el instituto, había perdido la vida en el mar. Desde entonces ella no había vuelto a pisar la arena. Yo creía estar preparada mentalmente para consolar sus posibles reacciones: una caída en la melancolía, lágrimas furtivas o una ataque de rebeldía a puñetazos con las olas hubieran sido escenas más que probables.  Sabía que últimamente había perdido las ganas de todo. Se sentía tan vacía y apesadumbrada que me costaba a veces sacarle, no ya una sonrisa, si no apenas una frase de más de cinco palabras. Se acercaron juntas a la orilla para saludar al ponto que flotaba revuelto y embravecido. Apreté fuertemente su mano cuando vi que las lágrimas comenzaron a escaparse de sus ojos. Quizás una, quizás diez, quizás mil -imposible saberlo- cayeron al agua salada mezclándose para siempre en una sola lágrima inmensa. La brisa secó su rostro y finalmente aflojó sus músculos. Tras aquella ceremonia, Cristina  parecía relajada  y dispuesta a disfrutar del bonito cielo azul que nos acompañaba. Yo me calmé también, convencida de que la idea no había sido tan mala, a pesar de todo. Pasamos las horas tumbadas al sol, hablando sin parar, sobre todo yo, fumando y bebiendo. Tras el almuerzo, el letargo se apoderó de nosotras, desconectamos las voces y cada una se quedó al amparo hermético de sus propios pensamientos; aunque presumo que iban en la misma dirección. 

Me quedé profundamente dormida con el susurro de la nana que cantaban las olas; la brisa parecía mecerlas con dosis elevadas de poderoso somnífero. En mi sueño, Neptuno me confesaba que se había enamorado de una joven que todas las noches de luna llena, con la disciplina de un ritual sagrado, se sumergía en sus aguas; él la acariciaba y ella se dejaba arrullar. Pero el Dios de las aguas quería más, quería poseer un rostro hermoso para enamorarla y flores para regalar. Yo le contestaba, con esa familiaridad inverosímil que regalan los sueños: "No necesitas tal cosa, esa  joven busca convertirse en espuma para quedarse contigo en el mar".  Confundida entre sueño y realidad, oí el tabaleo de una campanita atada a un carrito que,  empujado por un joven, anunciaba bebidas. Un viento súbito y desorientado hacía volar las blancas campanillas de las dunas sobre mi cabeza, enmarañando mi pelo en un remolino de arena y agua pulverizada. La sed me obligó a abandonar el sueño clamando por una botella de agua fresca. 

Busqué a Cristina para narrarle el extraordinario sueño que había tenido, pero no estaba. Sus cosas seguían junto a las mías. "No debe andar muy lejos" pensé relajada. Poco a poco la playa se fue quedando desierta, era la hora en la que el sol nadaba en el mar antes de acostarse y sin su altiva presencia comenzaba a refrescar. Me froté  los ojos, me envolví con la toalla  y giré de pie sobre mí misma buscándola.  Empezaba a preocuparme cuando algo llamó mi atención. Anduve hacia la orilla donde vi  conchas que brillaban y pétalos de flores que se mezclaban entre los cantos y restos de algas. El mar estaba en calma y Cristina salía de él con chispas  de sal sobre la piel y un ramillete de corales enganchado en su pelo. 



Imagen: 
Jack Vettriano. 

sábado, 2 de julio de 2016






PLANTADA



   Las paredes fueron testigos de las promesas. Mi intención era echar raíces. La tuya sembrarme de esperanzas. "Aún no" me dijiste y me hiciste prometer que te esperaría. Acepté. Me prometiste que volverías y me planté en el bordillo, confiada, para verte marchar. Sin volver la vista atrás escondiste tu espalda. Allí quedé.

   Las estaciones se turnaban una tras otra, inclementes, viéndome crecer.  Mis lágrimas y mis vecinos me regaban. Los niños jugaban bajo mi sombra en verano y los pájaros acompañaban mis noches. Soñaba con verte volver por el mismo camino. Soñaba con hacerme fuerte y salir un día de viento a buscarte. Soñaba tanto que me sequé. Las plagas hicieron el resto.

   Un día de sol quise entrar de nuevo y barrer aquellas palabras que seguían desparramadas por las baldosas como hojas secas. Pero no pude moverme. Alarmada vi como aquellas raíces tan deseadas se habían arraigado acosadas por el miedo. Me dejaste plantada. Necesitaba ayuda. Pero recordé que no tenía voz. Ya nadie se acordaba de mí, ni de mi aspecto.

   Hasta que un nuevo inquilino compró aquellas paredes. Era jardinero. Vio que aún estaba a tiempo de salvar mis brotes. "No te prometo nada" me dijo. Y confié.

sábado, 14 de mayo de 2016


"El peso de la ansiedad es mayor que el del mal que la provoca"

"Robinson Crusoe"
Daniel Dafoe



ALETEOS

Siento cosquillas en el estomago, pero no son mariposas. Lo sé porque las mariposas me gustan, pero esta sensación no. Ojalá lo fueran. Quizás sea algún tipo de criatura desconocida, perteneciente a la fauna abisal, pero me temo que estas son viejas conocidas. Además, no les basta con quedarse en las profundidades. Suben por el esófago y buscan hueco entre las costillas. Las noto perfectamente. Son ligeras y punzantes. Se clavan en los pulmones y me pillan pellizcos. Respiran mi aire. Más bien diría que me lo roban. Inhalo pausadamente, exhalo, inhalo, exhalo, tantas veces como puedo, para renovarlo. No me gusta quedarme sin aliento. Una manía muy común entre los mortales.

Hay a quienes les resulta fácil expulsarlas por la boca. La vibración del grito las anima y escapan volando alto. Pero hay que saber hacerlo. Yo no puedo. No me sale. Hubo un tiempo que lo hacía a menudo. Pero me dejaba un regusto amargo en la boca y abandoné la costumbre. También las lloraba. Me resultaba fácil arrastrarlas en una corriente de lagrimas. Reconforta, sí, tanto como expulsarlas a carcajadas. 

Dicen que lo peor es que se queden dentro, pegadas a las venas, en las paredes o en las mucosas. Me las imagino allí agazapadas, en la garganta, todas quietecitas, expectantes. Como un ejército dispuesto en fila preparando la ofensiva. Estratégicamente ordenado para atacar. Cuesta mucho trabajo mantenerlas tranquilas porque hay quienes resultan muy atrayentes para ellas. Su actitud las atrae poderosamente. Y acabas apretando los puños; tan fuerte que tus nudillos parecen canicas. En esos momentos procuro controlarlas con movimientos suaves, disminuyo la velocidad en los movimientos, al menos superficialmente, para que el ambiente se calme, se ralentize y no morir por exceso de velocidad. Disimulo, bajo el volumen, respiro e incluso sonrío, disfrazando sus efectos con una capa de sosiego. No quiero que escapen y se estampen  en la cara de algún inocente. Pero es necesario hacer limpieza usando los instrumentos adecuados. Cuando das con la tecla salen en estampida. Es curioso. Al principio no lo notas, pero poco a poco una superficie blanca se va tiñendo de negro, tienen el aspecto de insectos que al ver la luz se ciegan y se topan con una pared.   Salen a borbotones, caóticas en su intento por huir para cumplir con su objetivo, que no es otro que hacerse visible. Y acabas percibiendo cómo el bicolor de las formas, entre espacios y signos, va cobrando sentido. Lo miras con calma y borras, ordenas, añades, corriges..... El pellizco va desapareciendo suavemente, vuelve  la respiración y en el estómago se van diluyendo los aleteos. Parece que he vomitado sobre un papel aquello que me angustiaba. Pero yo solo veo letras. 

miércoles, 11 de mayo de 2016





"Pero yo amaba a Narciso porque, cuando recostado en mis orillas se inclinaba a mirarme, en el espejo de sus ojos veía mi propia belleza reflejada." 
Oscar Wilde. 



NARCISO

Era bien parecido, de mirada atractiva, alto, simpático, recurrente y elegante. Pero por mas que intentaba buscarle dueña a sus encantos no encontraba a nadie que superara sus expectativas.

"Solo quiero a alguien como yo. No me gustaría provocar en nadie un molesto sentimiento de inferioridad" pensaba. 

Había tenido muchas citas. Antiguas amantes, amigas de la infancia, amigas de amigos y alguna que otra cita a ciegas por internet. Pero nunca eran lo suficientemente buenas para él. No llegaban a su altura, a la que él mismo se había subido; un pedestal creado para no ser alcanzado. Narcisismo y arrogancia, ingredientes básicos de una perfección inventada. 

"No es por criticar amigo mío... pero la humildad te falta, no crees?" Le habían insistido los pocos amigos que le quedaban.

Se había vuelto insoportablemente aburrido, intolerante y pedante. Sólo se sentía cómodo en las conversaciones que giraban en torno a él. Comenzó a crearse monólogos. Sus oídos, cerrados al mundo ordinario y exterior,  sólo dejaban entrar los halagos. Sordo a lo demás. Y así cada vez más aislado, cada vez más alto, cada vez más solo se recreaba en el espejo...

 "Ay, amigo... Que bien te queda el azul cielo!!!"



domingo, 8 de mayo de 2016




DESAYUNO CON AMIGOS



Mi encuentro con ellos se produce todas las mañanas, o casi todas. Son jóvenes, insolentes y osados.  Se colocan estratégicamente, alertando de su presencia y se van afianzando para observarte mientras desayunas, ladeando su cuello a ambos lados de forma intermitente, buscando mi lástima y su premio. Clavan sus ojos negros y redondos como perdigones en mi tostada al mismo tiempo que con su pico me hacen morritos. Son traviesos, indiscretos y cantarines. No dejan de cantar, bajito, para no molestar. Los límites los ponen ellos. Al menor movimiento que hago salen volando dejando un aire de "¡a ver si me pillas!" en el ambiente. Cuando les acercas tu obsequio, primero tantean  el terreno, mirando en todas direcciones, para no ser cazados. No sé si les doy demasiada confianza porque al menor descuido se posan en mi plato. Luego en un abrir y cerrar de ojos prenden su trofeo casi al vuelo, lo engullen a salvo de miradas curiosas y avisan a sus primos que en la retaguardia esperan ansiosos su turno. Aunque sinceramente, no sabría decir si se trata de uno solo que continuamente regresa a por otra ración o de alguno de los miembros de su clan. Todos se parecen tanto...

lunes, 2 de mayo de 2016



CARTAS: ¿Reliquias del pasado?

¿Quien es el dueño de una carta: quien la escribe o quien la recibe?

Es esta una pregunta para la que no tengo respuesta. Las cartas: esas reliquias del pasado, boletines de noticias con besos, abrazos, saludos y despedidas incluidas. Al escritor le brindaban la capacidad de reflexionar sobre el mensaje, haciendo bailar las palabras en una danza intencionada. Borrones de remordimientos o de lagrimas que caen sin dar tiempo a evaporarse, huellas de labios invisibles que besan una superficie que será descifrada solamente por quien lo espera, fotos incluidas de algún momento inolvidable que merece ser compartido. La carta no es sólo un pedazo de papel que puede guardarse  cerca del corazón o ser quemado en el fuego del olvido. Es mucho más que eso. Es tiempo, recuerdo, cercanía.... Cuando no había teléfonos ni ordenadores era la forma de mantener el contacto para los que les alejaba la distancia.  No echo de menos la lectura en papel,  los libros siguen asomados en mi estantería, pero echo en falta la mirada expectante al buzón, el alborozo de ver un sobre escrito a mano por una caligrafía familiar, el reservar la lectura, una y otra vez, de esos folios escritos con vivencias y sentimientos  convertidos en tinta.

En la era de la inmediatez,  "lo pienso, lo escribo, lo mando", las cartas han desaparecido de nuestras vidas y los buzones se oxidan a veces sin mirar sólo rellenos con publicidad y cartas del banco.

¡Que tiempos aquellos!

domingo, 1 de mayo de 2016


SUEÑOS DE AYER

Tiempo hacia que no te soñaba. Y hoy, precisamente hoy, te has presentado en ellos. Sin avisar y sin aparecer siquiera. Pero estabas ahí. Lo sé porque en ellos te he llamado como pidiendo auxilio. Sí, ayuda, como un niño pequeño que llama a su madre cuando se sabe en peligro. Me ha producido desasosiego el despertar, porque aunque pasen los años, tu ausencia no se asume del todo. En el sueño me andaba columpiando en una burbuja de agua, me divertía, era agradable. No recuerdo si volvía a ser una niña pequeña o era la que soy ahora. Pero cuando la burbuja se fue cerrando, y el agua fue entrando en ella te llamé a ti. No pedí socorro, ni auxilio, sólo te llamé a ti...
Creo en los significados de los sueños, pero aunque no creyera, se que hoy has estado conmigo. Como una buena madre. Porque en el fondo sabias que hoy te he añorado.

domingo, 24 de abril de 2016



VUELO DE RECUERDOS


Con mirada ausente, buscaba atrapar por las alas los recuerdos pasajeros que volaban como mariposas blancas, aquellos que cuando crees que los puedes sujetar, despliegan sus alas de nuevo para volverse a posar en otro lugar más alejado y borroso de la memoria. Recuerdos fugaces como estrellas en una noche oscura. Desplegó ante ella sus alhajas, las suyas y las heredadas de sus abuelas. Dicen que los objetos que conservamos de los muertos conservan parte de su alma. Ella así lo creía. Por eso los frotaba, los olisqueaba, los observaba con la lupa de sus ojos vidriosos, acariciaba con ellos los pliegues de su rostro, como queriendo depositar en esos surcos las pieles que las lucieron. Pero no encontraba el recuerdo que buscaba porque apenas sabia que parte del olvido era el que quería desenterrar. Abría el libro y dejaba volar sus páginas ante su cara, aspiraba el aire que le ofrecía su aleteo, aire cerrado con olor a antiguo, para captar los suspiros que un día despertó su lectura entre las mujeres de su familia. Lecturas prohibidas en aquel tiempo por despertar pasiones y pensamientos livianos, muy alejados de su realidad monótona y vacía. Ella los aspiraba de nuevo, los consumía, se llevaba los suspiros directamente al corazón, para acelerarle el pulso que un día, lejano ya, le impulsaron a romper con su legado de buena dama. Aquel sueño juvenil que le hizo alejarse de su cómoda existencia, de sus seres, de su historia, de su destino. Por eso la necesidad de buscar, de entender, de saber de ellas, sin imaginar que el reencuentro, donde todo se olvida y se perdona, estaba cerca.

Imagen: Bertha Wegmann (1847-1926)

sábado, 23 de abril de 2016




MIS AMIGOS LOS LIBROS

Durante los últimos días de mis vacaciones el pasado año (que lejos quedaron...) me estrené en la lectura digital; más por necesidad que por ganas, ya que no me quedó más remedio que recurrir a la tablet cuando me terminé el libro que llevaba. Quizás esta anécdota no tendría ninguna importancia en sí misma si no fuera porque mi histórico avance en la era digital coincidió con la desolación de las estanterías vacías a la vuelta del viaje. ¡Que no cunda el pánico! Ni me entraron a robar, ni ellos se habían largado ofendidos y celosos por echarme a los brazos del Ipad. Los ladrones de libros sólo se encuentran en los títulos de las novelas. Lo que pasó fue que aprovechando nuestra ausencia, se remataron algunas tareas domésticas pendientes y los libros durmieron en cajas de cartón al abrigo del polvo. 

Una vez deshechas las maletas y tras el zafarrancho de plumeros, bayetas y fregonas lo último fue trasladar todos los libros de una punta de la casa a otra. Gracias a Dios no vivo en una mansión con infinitos pasillos, pero sí tengo estanterías repartida por todas las habitaciones, salón y pasillo. 

Durante la tediosa tarea de quitarles el polvo uno a uno y volver a vestir los desnudos estantes, disfruté como lo hubiera hecho Don Quijote. A aquel que le gusten los libros (sobre todo leerlos) sabe de lo que hablo. Uno a uno fueron hojeados de nuevo. De frente, cara a cara, no de perfil y de reojo como suelen verse cuando están bien colocados en su sitio, mostrando solamente el lomo. Fue un emotivo reencuentro con amigos que no veía desde hacía más de 20 años. Amigos de los de verdad, de los que sabes que están ahí para cuando los necesites. Fui encontrando pequeñas sorpresas en su interior que me hicieron revivir el momento en el que nos conocimos. Fotos, tickets, entradas a museos y teatros o publicidad de algún destino ya lejano en el tiempo eran algunas de las reliquias allí conservadas. 

Fue como una llamada de atención del hijo que la pide a gritos. Una llamada silenciosa pero con una brizna de chantaje emocional. El vivir al día de las novedades, el trabajo y la falta de tiempo nos empujan hacia un camino siempre en avance en el que volver a desandar el camino es un proyecto futuro, como necesitando el poco tiempo que nos queda de disfrutar para hacer un repaso por lo seguro, por lo que ya antes nos deleitó de alguna manera.  Quizás sin este contacto no hubiera recordado las aventuras pasadas, los asesinatos resueltos, los romances envidiados en la adolescencia. El arte, la historia, la antropología y biografías de la universidad. Los maravillosos clásicos, que lo son porque lo avalan años de ediciones. Los infantiles de mis hijos gastados del manoseo repetitivo y con olor a meriendas de chocolate. Las historias, en resumen, que han ido definiendo y alimentando mi vida. 

Hubiera sido difícil esta experiencia en una pantalla porque lo leído se almacena en la memoria; donde un sólo sentido es necesario. El olfato y el tacto también saben leer. Lo siento, pero hay cuestiones en las que sigo siendo prehistórica. Lo mejor de esta experiencia, que de otra forma  hubiera sido tediosa, es que he retomado viejas amistades con las que vuelvo a tener una cita pendiente. 

Imagen: "Reflexión" de Federico Zandomenighi.  

miércoles, 20 de abril de 2016

BIENVENIDOS


Queda oficialmente inaugurado este blog.
Ya soy bloguera! 
Cielos!!! Y ahora ...Qué? 
He criado un canario y una tortuga, he trasplantado macetas y ahora tengo un blog. Siento un vacío existencial pensando que había tres cosas en la vida que tenía que realizar antes de que llegara mi ocaso y, arriba o abajo, más o menos, truco o trato, las tengo conseguidas, no seamos exigentes! 

A modo de presentación os diré que este blog ha nacido de la mano de una mujer creativamente inquieta donde las haya que, animándome con sus comentarios en cada una de mis publicaciones del Facebook no ha parado hasta conseguirlo. Un día, me dió un ultimátum:

-"¿A que te lo abro yo?"

 Y yo, ni corta, ni perezosa, me faltó tiempo para llamar al notario que diera fe. Le cogí la palabra al vuelo, vaya! Ella, que tampoco es ni corta de imaginación ni perezosa en el empeño, le sobraron 15 de las 24 horas del día siguiente para ponerlo en marcha. Por supuesto no hizo falta el notario. Lo que ella no se imaginaba es que había adoptado a una pejiguera novata (además de torpe) en el mundo del blog. Me la puedo imaginar resoplando hacia arriba  y haciendo volar su flequillo cada vez que recibe un mensaje mío:

-¿Cómo entro?
-¿Cómo pongo fotos?
-¿Qué es un favicon?

Es una Santa! 

Espero que el tiempo y sus consejos me hagan una experta. Esto es como decorar una habitación donde me encuentre lo más cómoda posible y que a la vez sea acogedora para los visitantes. Ni extravagante ni sosa, alegre o triste dependiendo del ánimo y las circunstancias, con sentido del humor y con momentos para la reflexión, amena, actual sin dejar a un lado la memoria y con mucho arte decorando sus paredes.   Así que no sería de extrañar que alguien, al entrar por segunda o tercera vez (si es que alguien repite y entra de nuevo), pensara que se había equivocado de blog al encontrar la decoración diferente.
 
Bienvenidos, estáis en vuestra casa!!!