Mostrando entradas con la etiqueta Libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Libros. Mostrar todas las entradas

sábado, 12 de noviembre de 2016




LA BIBLIOTECARIA


A las 12 en punto cierra "El Cafebook", una antigua biblioteca reconvertida en garito de moda, donde se funde cultura y gastronomía. Hace mucho tiempo, en aquel lugar,  ocurrió un trágico suceso. La leyenda urbana cuenta que el marido de la bibliotecaria, hombre rudo y celoso, fue asesinado por el guardia de seguridad, supuesto amante de esta, cuando se vio descubierto en pleno arrebato. Las crónicas de los periódicos, sin embargo, relataron en su día, que el marido, entró a robar usando las llaves de su mujer y el guardián lo pilló infraganti. Lo cierto es que dichos acontecimientos permanecen en el más absoluto misterio, debido a que  también aquella noche, durante la refriega , perdieron la vida el vigilante y la bibliotecaria. Ambos amantes de los libros.  

Esther, una de las empleadas del nuevo negocio, es siempre la encargada de cerrar el local de forma voluntaria. Sus compañeros de "El Cafebook" murmuran a sus espaldas y critican sus rarezas. Esther posee una belleza antigua y melancólica, aunque pálida y ojeruda. Nunca  le han conocido pareja; ni siquiera saben hacia que palo tiran sus gustos, si es que los tiene. A veces disponen para ella encuentros "casuales" con amigos, pero siempre parece aburrirse y acaba escabulléndose del lugar sin dejar rastro. No hace uso de sus días libres; es el comodín perfecto para cambiar turnos. Los demás, con sorna, le preguntan si cree que va a heredar la empresa. A lo que ella responde con una sonrisa burlona y un misterioso silencio, como poseedora de un alto secreto.

No es la primera vez que las cámaras de seguridad captan cómo Esther habla mientras hace su trabajo. La ven charlar a las sombras de los carteles del menú, a la barra y al infinito, sin más. Sus monólogos se interrumpen a veces con largos silencios pero atentas miradas y gestos en su rostro, como si participara de una interesante conversación. A veces sonríe, otras se aflige y a ratos se angustia. Se lleva horas y horas recolocando los libros cuidadosamente en sus estantes, en una labor metódica y disciplinada. Y todo sin parar de hablar, como solía hacerlo antaño Doña Esther, la bibliotecaria, con el vigilante. 


Imagen:
"Muchacha leyendo"
FRAGONARD


domingo, 24 de abril de 2016



VUELO DE RECUERDOS


Con mirada ausente, buscaba atrapar por las alas los recuerdos pasajeros que volaban como mariposas blancas, aquellos que cuando crees que los puedes sujetar, despliegan sus alas de nuevo para volverse a posar en otro lugar más alejado y borroso de la memoria. Recuerdos fugaces como estrellas en una noche oscura. Desplegó ante ella sus alhajas, las suyas y las heredadas de sus abuelas. Dicen que los objetos que conservamos de los muertos conservan parte de su alma. Ella así lo creía. Por eso los frotaba, los olisqueaba, los observaba con la lupa de sus ojos vidriosos, acariciaba con ellos los pliegues de su rostro, como queriendo depositar en esos surcos las pieles que las lucieron. Pero no encontraba el recuerdo que buscaba porque apenas sabia que parte del olvido era el que quería desenterrar. Abría el libro y dejaba volar sus páginas ante su cara, aspiraba el aire que le ofrecía su aleteo, aire cerrado con olor a antiguo, para captar los suspiros que un día despertó su lectura entre las mujeres de su familia. Lecturas prohibidas en aquel tiempo por despertar pasiones y pensamientos livianos, muy alejados de su realidad monótona y vacía. Ella los aspiraba de nuevo, los consumía, se llevaba los suspiros directamente al corazón, para acelerarle el pulso que un día, lejano ya, le impulsaron a romper con su legado de buena dama. Aquel sueño juvenil que le hizo alejarse de su cómoda existencia, de sus seres, de su historia, de su destino. Por eso la necesidad de buscar, de entender, de saber de ellas, sin imaginar que el reencuentro, donde todo se olvida y se perdona, estaba cerca.

Imagen: Bertha Wegmann (1847-1926)

sábado, 23 de abril de 2016




MIS AMIGOS LOS LIBROS

Durante los últimos días de mis vacaciones el pasado año (que lejos quedaron...) me estrené en la lectura digital; más por necesidad que por ganas, ya que no me quedó más remedio que recurrir a la tablet cuando me terminé el libro que llevaba. Quizás esta anécdota no tendría ninguna importancia en sí misma si no fuera porque mi histórico avance en la era digital coincidió con la desolación de las estanterías vacías a la vuelta del viaje. ¡Que no cunda el pánico! Ni me entraron a robar, ni ellos se habían largado ofendidos y celosos por echarme a los brazos del Ipad. Los ladrones de libros sólo se encuentran en los títulos de las novelas. Lo que pasó fue que aprovechando nuestra ausencia, se remataron algunas tareas domésticas pendientes y los libros durmieron en cajas de cartón al abrigo del polvo. 

Una vez deshechas las maletas y tras el zafarrancho de plumeros, bayetas y fregonas lo último fue trasladar todos los libros de una punta de la casa a otra. Gracias a Dios no vivo en una mansión con infinitos pasillos, pero sí tengo estanterías repartida por todas las habitaciones, salón y pasillo. 

Durante la tediosa tarea de quitarles el polvo uno a uno y volver a vestir los desnudos estantes, disfruté como lo hubiera hecho Don Quijote. A aquel que le gusten los libros (sobre todo leerlos) sabe de lo que hablo. Uno a uno fueron hojeados de nuevo. De frente, cara a cara, no de perfil y de reojo como suelen verse cuando están bien colocados en su sitio, mostrando solamente el lomo. Fue un emotivo reencuentro con amigos que no veía desde hacía más de 20 años. Amigos de los de verdad, de los que sabes que están ahí para cuando los necesites. Fui encontrando pequeñas sorpresas en su interior que me hicieron revivir el momento en el que nos conocimos. Fotos, tickets, entradas a museos y teatros o publicidad de algún destino ya lejano en el tiempo eran algunas de las reliquias allí conservadas. 

Fue como una llamada de atención del hijo que la pide a gritos. Una llamada silenciosa pero con una brizna de chantaje emocional. El vivir al día de las novedades, el trabajo y la falta de tiempo nos empujan hacia un camino siempre en avance en el que volver a desandar el camino es un proyecto futuro, como necesitando el poco tiempo que nos queda de disfrutar para hacer un repaso por lo seguro, por lo que ya antes nos deleitó de alguna manera.  Quizás sin este contacto no hubiera recordado las aventuras pasadas, los asesinatos resueltos, los romances envidiados en la adolescencia. El arte, la historia, la antropología y biografías de la universidad. Los maravillosos clásicos, que lo son porque lo avalan años de ediciones. Los infantiles de mis hijos gastados del manoseo repetitivo y con olor a meriendas de chocolate. Las historias, en resumen, que han ido definiendo y alimentando mi vida. 

Hubiera sido difícil esta experiencia en una pantalla porque lo leído se almacena en la memoria; donde un sólo sentido es necesario. El olfato y el tacto también saben leer. Lo siento, pero hay cuestiones en las que sigo siendo prehistórica. Lo mejor de esta experiencia, que de otra forma  hubiera sido tediosa, es que he retomado viejas amistades con las que vuelvo a tener una cita pendiente. 

Imagen: "Reflexión" de Federico Zandomenighi.